Al Azar

Pedroche tiene derecho a su ‘body’

Matías Vallés

Matías Vallés

N o pienso desperdiciar ni un segundo de mi apretada agenda en la contemplación de las fotos de Cristina Pedroche tras un parto que supongo feliz, aunque no he recibido todavía la protocolaria invitación para el bautizo de la criatura (en efecto, desconozco su género y la frivolidad de este artículo me exime de la labor investigadora). Mi indiferencia activa no ha impedido que me alcancen los ecos de las izas, rabizas y colipoterras amontonadas en las redes sociales, contra el cuerpo escultural de la presentadora que atenta contra la dignidad de las anatomías no tan esculpidas. Es decir, la próxima vez que el campeón de tenis remate su hazaña musculada, inalcanzable y por tanto humillante para el resto de la humanidad, será abucheado por prepotente. ¿O quizás no?

Es lógico que abunden las personas infelices, cuando hay tantos seres humanos concentrados en condenar la felicidad siempre episódica y epidérmica de los demás. La plaga psy concluye que las redes sacan lo peor de nosotros, pero me temo que el flujo electrónico destila nuestro único tesoro intransferible, una abrumadora capacidad de envidiar. En el caso de Pedroche, porque no conviene despistarse, precisamente triunfó por aportar una naturalidad desacomplejada. Estaba exultante presumiendo de su tontería, para revolverla como una catapulta contra los pretenciosos que la rodeaban. Desde una simplicidad estructural digna de Marilyn, desarbolaba a cómicos que presumían de elaborados en La Sexta.

Por desgracia, Pedroche llegó al punto de cocción en que creía que le correspondía el mérito por el agudo contraste entre su cuerpo y su inteligencia. A partir de este momento, pierde todo interés ante la competencia imposible con Belén Esteban. Ahora bien, frente a la jauría desmelenada, la diva castiza tiene todo el derecho a su body que al recibo de esta imagino todavía esplendoroso, a lucirlo o incluso a deslucirlo a voluntad. En todo caso, los entusiastas de lo grotesco y desfigurado no deben desesperar, porque están de enhorabuena. Se aproximan tiempos muy feos.

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