Limón & vinagre

Kaïs Saied: El arte árabe del regateo

El presidente de Túnez, Kaïs Saied, en la jura de su cargo, en octubre de 2019.

El presidente de Túnez, Kaïs Saied, en la jura de su cargo, en octubre de 2019. / MOHAMED MESSARA / EFE-EPA

Albert Soler

Albert Soler

El presidente de Túnez, Kaïs Saied, espetó a los dirigentes europeos que pretendían la cooperación de su país en el flujo migratorio que Túnez no iba a convertirse en «policía de las fronteras ajenas». Lo cual, en el alambicado lenguaje diplomático, significaba que quería más dinero a cambio. Así lo entendieron los enviados de la UE, no en vano forman parte de un club de países donde manda el dinero, por lo que, tan solo un mes después de aquellas dignísimas palabras, ambas partes han llegado a un acuerdo que se resume en: nosotros te damos más dinero, tú intensificas el control sobre tus costas, y todos felices. Que no se diga que una simple cuestión monetaria obstaculiza poner freno a la inmigración. No han trascendido detalles del acuerdo, la ropa sucia se lava en casa, pero teniendo en cuenta que la anterior oferta de la UE fue de unos 1.000 millones de ayuda financiera y no fue suficiente para convencer a Saied, vayan echando cuentas de cuánto ha costado que se lo repensara.

La política europea, como la mundial, es un gran mercado, todo se reduce a dinero. Los inmigrantes que mueren en el mar no tienen per se un valor muy alto, de hecho no tienen ninguno, pero convenientemente usados por los gobernantes, ayudan a incrementar otras ganancias. Kaïs Saied sabe que los europeos detestan las imágenes de pateras naufragando y de cadáveres arribando a sus costas -detestan las imágenes, no el hecho en sí-, así que lo ha aprovechado para aumentar el precio de su vigilancia fronteriza. El ‘Equipo Europa’, formado por Ursula von der Leyen, Giorgia Meloni y Mark Rutte, debería saber que es mala política negociar con un árabe, hombres curtidos que están habituados a manejarse desde niños en el arte del regateo en zocos y mercados. Vaya en favor del trío europeo que a quien negocia con dinero ajeno le preocupa bien poco cuánto acaba pagando.

Tienen la seguridad de que el presidente tunecino intentará cumplir su parte del trato, o por lo menos no se lo van a impedir problemas de conciencia. Organizaciones humanitarias han denunciado que Túnez expulsa sin miramientos a centenares de inmigrantes subsaharianos a Libia, Argelia y Marruecos, aunque más que la falta de miramientos lo que más debe de dolerles es la falta que comida y agua, también negada por el gobierno tunecino. A los dirigentes europeos eso les preocupa poco, puesto que difícilmente un cadáver del desierto argelino va a terminar en una playa siciliana. Kaïs Saied lo tiene fácil: recoger a todos los inmigrantes que pretendan embarcar en una patera y mandarlos al desierto, de esta forma Europa quedará contenta y Túnez se habrá comportado como el fiel aliado que esperaban y cobrado una pasta. Los únicos que podrían quejarse serían los inmigrantes, pero esos no cuentan.

Diríase que Kaïs Saied no siente mucha simpatía por los inmigrantes. Más aún: no siente simpatía por los individuos de otras razas. Hace unos meses se refirió a la inmigración subsahariana presente en su país como una «conspiración criminal» que pretende cambiar la composición demográfica de Túnez y acabar con el carácter árabe-musulmán del país. No concretó quién era el ideólogo de tal conspiración, uno imagina a un malvado urdiendo este plan desde unas instalaciones submarinas en una isla secreta, como en las películas de James Bond. Ese terror atávico a perder las características propias de la nación y ese señalar como culpables a pobres diablos que maldita culpa tienen de ser de otra raza o cultura no es un descubrimiento de Saied. Para comprobarlo no hace falta más que repasar algunos discursos de dirigentes alemanes en los años 30 o, más recientemente, de los líderes lacistas durante el procés catalán. El sionismo internacional llenó Alemania de judíos, el franquismo fletó trenes de colonos hacia Cataluña, y una mente maligna todavía por descubrir, incita a los negros a instalarse en Túnez. En todos los casos, con el objetivo de destruir la pureza de la raza.

Lo bueno de la política es que mientras haya unos cuantos Kaïs Saied por el mundo, los europeos no vamos a tener que mancharnos las manos. Con regar a esos dirigentes sin escrúpulos con unos cuantos miles de millones, se encargan de hacer el trabajo sucio. Claro que, para ello, hay que tener el buen ojo de localizarlos. Alguien como Saied, que se declara a favor de la pena de muerte, que se muestra convencido de que hay un plan para propagar la homosexualidad -quién sabe si diseñado por el mismo malvado que trae inmigrantes- o que encarcela a su libre albedrío a jueces, sociedad civil o políticos si considera que conspiran contra la seguridad del Estado, era el tipo ideal para esta tarea. Cobrando, por supuesto.

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