Desperfectos

Indiana Jones en los ochenta

Valentí Puig

Valentí Puig

Quien logra envejecer bien en Hollywood es porque tiene el favor de los dioses. Hay estrellas del cine que mejoran tanto con los años que verlos en sus primeros éxitos es como volver a las pompas de chicle después de haber conocido las burbujas del champán. Un actor que, año tras año y película tras película, envejezca bien, se lo puede permitir todo. James Stewart, por ejemplo. Con los años, sus tics y la voz quejumbrosa se saltaban los guiones. Ya más tarde, Clint Eastwood es un caso curioso porque su expresión rígida, con algo leñoso, ha acabado siendo un paradigma del estar a punto, como actor y director. Quizás se lo deba a sus habilidades como pianista de jazz. Arrugas de héroe o de cómico. En el rostro de Walter Matthau se congregaban todas las astucias de la edad.

Incluso por sus apariciones cameo en televisión, actrices que lograron el estrellato tempranamente se superan en el papel de abuelas cascarrabias o conspiradoras malignas, de Olivia de Havilland a Shirley McLaine. Harrison Ford tuvo papeles secundarios, anduvo por el thriller, en guerras de las galaxias y en el futuro abrumador de Blade runner. Con ochenta años y un rostro de inteligencia soberanamente madura, ahora por quinta vez regresa con Indiana Jones y el mundo sonríe masticando palomitas de maíz. Es Indiana Jones y el dial del destino. Va a ponerse de moda tener un destino. Esas estrellas de Hollywood, al envejecer, aúnan a generaciones de espectadores en la cancha de los campeonatos. Envejecer ante las cámaras es un arte, la culminación de la soltura cinematográfica, el colmo de la experiencia. ¿Es que trabajan más a gusto, más a sus anchas? Tal vez en el pasado aprendían de los directores y ahora los directores aprenden de ellos. Aplicar ese método a la vida pública daría para mucho.

Bocanada de aire fresco. Indiana Jones fue también una bocanada de aire fresco, por contraste con un cine entregado a los manierismos de la violencia, de la psicopatología y de los efectos especiales. Supimos que se podía vivir sin Freud. Fue volver a Julio Verne y a Tintín. Luego, por el camino de Oz llegaron El señor de los anillos, las historias de Narnia y Harry Potter. De vez en cuando, cierta consistencia humana nos hace entender que donde esté Veinte mil leguas de viaje submarino que se quite Homer Simpson.

Del mismo modo que la dirección de James Mangold no alcanza naturalmente al toque Spielberg -el toque Rey Midas- y los críticos lo echan en falta, si por ahora el nuevo Indiana Jones tiene un bajo rendimiento en taquilla quizás se deba a que los chicos prefieren los videojuegos a la gran pantalla. Indiana Jones cuenta más para las nostalgias del baby boom que para las generaciones hiperconectadas. A ver qué dicen del quinto Indiana Jones esos influencers que son famosos gracias a que no tienen nada que decir. Del mismo modo que un secreto de Clint Eastwood ha sido disponer de la misma capacidad hierática de Henry Fonda, tal vez atribuible a un esqueleto excepcional, así fue como los pómulos de Lauren Bacall o la mirada de Ingrid Bergman transcendieron al tiempo. Harrison Ford envejece con determinación, sin matices decorativos. Con el látigo de Indiana Jones castiga a los villanos, a diferencia de los vejestorios sumisos al látigo de alguna profesora de sadismo.

Suscríbete para seguir leyendo