en aquel tiempo
Me llama la atención
En tiempos convulsos como estamos viviendo, con la aventura de los Wagner como síntoma inequívoco, suceden cosas que van más allá de lo que protagoniza las primeras planas o inicia los telediarios. Son esas cosas que nos llaman la atención de forma inesperada, y en mi caso, me han llamado y llaman mi atención de un tiempo a esta parte. Se las comento por si favorecen, a su vez, sus intereses en ocasiones un tanto subterráneos. Lo mismo coincidimos.
Me llama la atención que un país absolutamente decisorio para la salud internacional como es Estados Unidos parece quedar en manos de dos personas como Trump y Biden, que ya han dado de sí lo que todos sabemos. Me pregunto si para momentos complicados como los que nos esperan, no hay alternativas más esperanzadoras y estamos anclados en estereotipos caducados.
Me llama la atención la inesperada irrupción del expresidente Zapatero en estos momentos preelectorales. No porque su discurso sea tan reivindicativo, a lo que tiene derecho, antes bien por reivindicarse como si fuera el garante de la izquierda española, incluso denostando a personajes socialistas de mayor envergadura.
Me llama la atención el vigor con que un partido como Vox está definiendo las estrategias del centroderecha español, provocando un estremecimiento de las pretensiones populares: sucede algo semejante a lo que le sucedió al socialismo de Sánchez con la presencia de UP en su momento. Las coaliciones siempre son oscuras.
Me llama la atención la expansión no solo monetaria de Arabia Saudí: todos sabemos perfectamente que se trata de un régimen antidemocrático, pero lleva camino de convertirse en el eje de las pretensiones musulmanas de cara a nuestro Occidente. El mercado futbolístico tiene un olfato endiablado, y es evidente que nuestros ídolos olfatean las promesas fascinantes de los saudíes.
Me llama la atención el protagonismo de las cadenas televisivas en nuestro momento electoral. Es lógico que los futuros votantes estén interesados por «ver» a sus referentes, pero vuelve a producirse lo ya conocido en Norteamérica: que un combate en la pequeña pantalla decida mucho más que un programa electoral concreto. En ocasiones, para bien, pero en otras tan conocidas, para un mal evidente. Está claro que hemos enterrado las ideas y dejando el camino expedito a las emociones. Sean las que sean.
Me llama la atención todo lo referente al caso Cursach, de la misma forma que no consigo rehacerme tras las idas y venidas de un personaje como Villarejo. Seguramente, la justicia tenga matices absolutamente desconocidos para mí, solamente un vulgar espectador. Pero personas así no parece que ayuden a una mejor democracia.
Me llama la atención la forma en que lo que llamamos ultraderecha se expande por el planeta, con la reciente información alemana para desconectarnos. Pero uno piensa que los franceses, tan saturados de ideología, nos van señalando las causas objetivas del «mal enquistado», que nos es otro que la desigualdad.
Me llama la atención que un espacio televisivo tan poco recomendable como Sálvame, se convierta en una especie de «funeral nacional» al desaparecer. Las tardes de muchas personas tendrán que buscarse otros puertos emocionales. Seguro que lo conseguirán.
Me llama la atención que una potencia como Rusia permita que un grupo militar tan perjudicial como Wagner se plante tan cerca de Moscú, y sea un compañero de camino como Luchanko quien les soluciones el problema. Una vez más, los pequeños sustentan el poderío de los mayores. Y así crecen los problemas posteriores. Al tanto.
Me llama la atención la facilidad con que los políticos/as cesantes obtienen prebendas rápidas y provechosas para su futuro. Solamente algunos/as son capaces de salirse del escenario para convertirse en ciudadanos normales. Tales personas deberían protagonizar encomiendas civiles de altura: han demostrado que no les puede el poder, casi nada en los tiempos que corren.
Me llama la atención la frivolidad con que se abordan cuestiones tan serias como el aborto, la eutanasia y, en fin, la natalidad. El problema no es que están, ya, legisladas, sino cómo se ha llegado hasta tal situación. Somos un país que postula libertades pero sin pararse a pensar la verdadera responsabilidad adquirida.
Me llama la atención el reportaje aparecido en El País el domingo 26 de junio reciente sobre los diez pensadores que más influyen en la izquierda: entre ellos no aparece algún español y tampoco alguno de habla castellana. La mayoría, franceses y alemanes. Seguramente es un problema de formación cultural y de falta de oportunidades académicas. Exportamos cantantes pero pocas ideas matrices.
Me llama la atención, en fin, que tras la radicalización de unos sobrevenga la radicalización de otros, en un ‘quita y pon’ sobre cuestiones sustanciales de nuestra sociedad. Pareciera que hemos abdicado de todo diálogo y consenso. Se necesitan clases urgentes de oratoria ideológica. Es decir, de puro sentido común.
Estas y otras muchas cosas me llaman la atención, sin que tenga argumentos para esperar respuestas esperanzadoras, salvo la entrega gratuita de tantas vidas en general desconocidas, a la que preferimos ignorar para que no humillen nuestra vacuidad. Una vida entregada a los demás a fondo perdido comunica más sentido a la historia que esos montones de irrelevancia en las cúpulas del poder. Lo sabemos pero damos de lado al dato.
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