Días de verano

José Carlos Llop

José Carlos Llop

Los mercenarios de Wagner, con su jefe al frente, se han refugiado en Bielorrusia y esto ha hecho que exista, Bielorrusia, más lo que lo hacía antes, que lo hacía poco. Hay reportajes sobre el país –hasta ahora, un misterio casi– en los periódicos más serios y su presidente aparece aquí y allá más perfilado que tiempo atrás, cuando su desdibujamiento junto a Putin era tan evidente que daba cosa. Y con tanta aparición hemos hecho un descubrimiento. Basta fijarse un poco: esas camisas grises bajo los trajes marrones o los uniformes grises también, la decoración colorista made in Telón de Acero en el palacio presidencial, el físico de su líder, sus militares: Bielorrusia –me refiero a la oficial, no a sus ciudadanos– es la verdadera Borduria, esa nación inventada por Hergé en las aventuras de Tintín, y su presidente es el verdadero Plekszy-Glasz. Y esto es curioso porque aquí se giran las tornas. Hergé no dio un paso sin basarse en la pura realidad. Sus modelos fueron reales y sus ciudades y paisajes copiados de fotografías. En este caso es la realidad quien ha tomado como modelo los dibujos de Hergé y tenemos a sus personajes –desde el mariscal al coronel Sponsz– a la vuelta de la esquina, con o sin cabezas nucleares.

Me contó Baltasar Porcel hace muchos años que Franco decía que los españoles eran como ratas metidas en un saco: si se agitaba el saco o se le daba un par de bastonazos ya estábamos mordiéndonos entre nosotros a ciegas y con furia incontenible. Nunca supe si la autoría de la frase, tan desagradable y fatalista, era cierta o no, pero si nos olvidamos de los españoles y pensamos en twitter, no parece una metáfora muy descabellada de ese medio, dada la afición general al ataque ad hominem que lo puebla y satura. Twitter parece a menudo ese saco agitado al que Porcel dijo que se refería Franco. Yo no tengo twitter, como no tengo Facebook, ni tengo Instagram –medidas de higiene por un lado y modos de no perder el tiempo, por otro–, pero mis amigos que sí lo tienen a veces me reenvían tuits publicados y cosas así para que no me crea Robinson Crusoe o el eremita que no soy. El último que he recibido ha sido el que publicó un periodista que es colaborador desde hace años en Diario de Mallorca: Antonio Papell. Y como lo encuentro un prodigio de capacidad analítica, espíritu constructivo, lucidez humanista y dominio de la nobleza política, no me resisto a transcribirlo. En él ataca a César Antonio Molina, ministro de Cultura que fue en el gobierno de Zapatero, después de haber dirigido algunos años el Instituto Cervantes. El tuit de Papell decía así: «siempre me pareció un cantamañanas César Antonio Molina, quien ya ni siquiera tiene sentido del ridículo». El alambicamiento de la frase se las trae y su mala leche es pareja a su miopía: a Molina se le podrá llamar otras cosas, pero cantamañanas no lo ha sido nunca. En cuanto a sentido del ridículo, se contaba años atrás en Madrid –seguro que es falso, claro– que en una ocasión Papell pidió desde su despacho oficial ‘la lista completa de los 27’ que formaban la Generación del 27. Eso se contaba; tal cual. O sea, que mejor lo dejamos.

Otras consecuencias de las guerras: la sustitución de los nombres de toda la vida por otros nuevos que nada tienen que ver con nuestras vidas. Por ejemplo, Serbia tras la última guerra de Los Balcanes. Serbia era y había sido siempre –miren en los atlas si no lo recuerdan– Servia, con ‘v’ y se endureció con la ‘b’, influencia francesa, sospecho. Otro tanto está ocurriendo en la guerra de Ucrania: Kiev, su capital, siempre había sido para nosotros Kiev y ahora se empeñan en llamarla Kyv y tan panchos. Como a los ucranianos que ahora resulta que son ucranios, por no hablar que en catalán, aquí en Mallorca, siempre habíamos dicho Ucrània y desde hace un tiempo la llaman Ukraïna como en tv3. En fin.

El gran John Richardson escribió sobre casi todas las caras del poliedro Picasso, Jacques Dupin nos dio las claves de la poética de Joan Miró, y René Crevel lo hizo sobre Dalí… La lista de poetas y escritores hermeneutas de los artistas es larga. Y lo es, entre otras cosas, porque un poeta llega allí donde no lo hace el artista y el artista donde no llega el poeta, pero el viaje es el mismo o muy similar y ambos se enriquecen.

Acaba de aparecer en Galaxia Gutenberg el libro del poeta y curator Enrique Juncosa Escritos sobre Miquel Barceló, que pertenece a la familia de los citados más arriba y es un libro orgánico construido como se construye una vida. En este caso dos. La de Barceló desde la pintura y la de Juncosa frente a la pintura, a sabiendas que la propia vida es también el objeto del arte. Inclúyanlo entre los libros del verano: no se equivocarán.

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