El Zapatero valiente

Ante las deslumbrantes exhibiciones del predecesor, cabe preguntarse si el PSOE va a contar con el presidente del Gobierno adecuado para afrontar el 23J

Matías Vallés

Matías Vallés

El gesto no puede suplir a la gestión, pero la gestión sin gesto es una hoja de Excel. Mal que le pese a San Isidoro y su «música de los números», nadie ha votado nunca a una cifra, de ahí la cómica estupefacción que suscita la Guía del Autoestopista Galáctico al señalar que la solución al sentido del Universo y demás misterios insondables es «42». Pues bien, José Luis Rodríguez Zapatero se ha negado a ser únicamente un 5, el ordinal que fija su ubicación entre los presidentes del Gobierno de la democracia.

La entrevista seminal de Zapatero frente a Carlos Herrera en la Cope, seguida de una gira triunfal por otros medios, ha tenido la virtud de contrarrestar las virtudes de la derecha sin contagiarse de sus vicios. Categórico, arrollador y torrencial, el antiguo primer ministro derrocha energía sin desprenderse de las maneras corteses que le ganaron el apodo de Bambi. En territorio enemigo, el socialista se mostró más cargado de razón que de razones. Sobre todo, más eficaz que sus correligionarios en ejercicio.

Ante las deslumbrantes exhibiciones del predecesor frente a la frialdad del titular, cabe preguntarse si el PSOE va a contar con el presidente del Gobierno adecuado para encabezar sus opciones al 23J. La derogación masiva acometida por el PP como eje electoral no deberá restringirse al sanchismo. De repente, han de combatir también a un zapaterismo que acorrala a la derecha, poco habituada al espíritu de contradicción.

Ante la Cope y sucesivas, Zapatero no esconde sus cartas en imitación de los candidatos tramposos. Se empeñó en demostrar que existe una izquierda, que seguramente no coincide con la actual. No persigue unicornios centristas, echa raíces en la tradición socialista. La reivindicación del final de ETA con su Gobierno no solo atiende a un hecho que difícilmente podrían rebatir los pomposos inquisidores, ahora llamados fact checkers. Propone además una actitud combativa que extiende a las facetas más discutibles del Gobierno actual.

Zapatero defiende a Sánchez mejor que Sánchez a sí mismo, otro argumento en contra de la representación penal pro se. Cumple su misión con tal habilidad que obliga a la suspicacia, ¿qué busca el Zapatero valiente? En la entrevista citada, un documento para la posteridad, solo exalta el protagonismo propio al servicio de su sucesor. Se aleja de los arrebatos de soberbia de Felipe González, que siempre deben iluminar su propia imagen como único dignatario socialista con sede en el Olimpo.

Se ha escuchado a un Zapatero desconocido, aunque el desdén suene felipista. Además, le han sobrado oyentes y televidentes en la era Youtube, así que también desmiente a los gurús que han sentenciado el déficit de atención contemporáneo. Cientos de miles de personas han conectado con los cuarenta minutos largos de la entrevista política al completo. Lo cual no va en detrimento de los productos de TikTok o Twitter, genéricamente tan deleznables que cabe exigirles como mínimo la cortesía de la brevedad. Sin discutirles el mérito de coronar el aburrimiento en menos de un minuto.

El secreto no está en la energía desplegada de buena mañana por Zapatero, sino en su canalización. La derecha nunca le perdonará que acabara con el terrorismo tras haberle acusado de traicionar a los muertos, véase al civilizadísimo Rajoy. Sin embargo, en la Cope se atrevió a pisar el campo minado de la reivindicación de Irene Montero, comparando su martirio al suplicio sufrido por la temblorosa Bibiana Aído. Sin entrar en el contraste de fragilidades entre ambas, el mérito consiste en encarecer a una ministra que ha sido traicionada por Podemos, al sacrificarla entre lágrimas de cocodrilo a cambio de mendigar puestos en las listas de Yolanda Díaz.

Zapatero arrastraba el estigma de las personas que escuchan incluso cuando hablan, pero nunca fue un perdedor. Es el último presidente del Gobierno que se ha impuesto por dos veces consecutivas con holgura. Sobre todo, es el único que conquistó La Moncloa al primer intento, a diferencia de los sobrevalorados González o Aznar con dos derrotas a cuestas. A cambio, el paladín de Sánchez no se marchó, se rindió tras la legendaria llamada telefónica de Obama. Mediante la restitución radiofónica de su legado, buscaba la absolución a su salida poco honrosa. Aunque el expresidente condujo su propia entrevista, cabe aplaudir la actitud de un moderador que supo apreciar el regalo sin desvirtuarlo ni interrumpirlo. La persona pacífica que se desboca repentinamente sorprende incluso más que los exaltados que camuflan su personalidad excesiva. Aunque Zapatero esté invirtiendo su desfogue en una causa tan noble como estéril.

Suscríbete para seguir leyendo