La decepción

Eduardo Jordá

Eduardo Jordá

Resulta asombroso que haya gente que ahora, en junio de 2023, tras el batacazo electoral, descubra por primera vez la triste, la inquietante, la siniestra realidad de Podemos. Vaya por Dios. Han tenido que pasar ocho años para que esa gente caiga en la cuenta de que Podemos es -o era, porque ya no sabemos si existe- un partido autoritario, caudillista y totalmente opuesto a la libertad de expresión, y que por eso mismo se parecía mucho más a una tenebrosa secta religiosa que a un movimiento político liberador. Pero, diablos, ¿dónde tenían los ojos todas esas personas que ahora se han caído del guindo? Y sobre todo, ¿dónde tenían la inteligencia? Si alguien descubre ahora que Podemos era una secta gobernada con mano de hierro por una pareja de megalómanos narcisistas es como aquella señora, turista del Imserso, que estuvo todo un día en es Trenc y no se dio cuenta de que estaba en una playa nudista. Hay gente así, desde luego, y algunos hasta han llegado a ser altos cargos de gobiernos autonómicos.

Cualquier persona que tuviera dos dedos de frente sabía desde el primer momento que Podemos tenía muy oscuras, oscurísimas conexiones con Venezuela e Irán, dos países que no se distinguen precisamente por su respeto a la democracia ni a los derechos humanos. Y cualquier persona con dos dedos de frente tenía que saber, nada más escuchar a Pablo Iglesias o a Juan Carlos Monedero o a Irene Montero, que eran personas con un perfil psicológico claramente autoritario, a los que les importaba un pimiento la democracia representativa -con su correspondiente alternancia política y separación de poderes- y que sólo concebían el poder como una dictadura personalista en la que ellos, y sólo ellos, podían tener razón.

Si estos tres líderes políticos hubieran nacido en los años 20 en vez de los años 80, y si hubieran nacido en Europa del Este en vez de haber nacido en España, todos ellos habrían acabado siendo destacados miembros de «los órganos de Seguridad del Estado», que era el benévolo eufemismo con que se denominaba en la URSS a la policía política. Por temperamento y por ideas -y sobre todo por resentimiento personal, el mayor motor ideológico que podamos imaginar-, todo lo que había en ellos los encaminaba a trabajar en una sede del KGB. Como Putin, por ejemplo, que llegó a ser teniente coronel de la policía política soviética. En el caso de Podemos, estos tres líderes iban disfrazados de hípsters alternativos o de personajes cool de una serie de la HBO, y fingían defender ideas supuestamente liberadoras -feminismo, diversidad, minorías, derechos LGTBI-, pero en el fondo lo único que los distinguía era su fanatismo y su visión totalitaria de la política. Si han visto el Doctor Zhivago, verán que hay un personaje, Pasha Antípov -interpretado por el gran Tom Courtenay-, que es la mejor representación artística que se ha hecho jamás del prototipo humano representado por Pablo Iglesias. Y no hay que ser muy listo para verlo.

¿Y entonces, por qué triunfó Podemos? ¿Por qué hubo gente que se pudo creer esa patraña monumental? ¿Cómo es posible que llegaran a tener 42 diputados? Por varias razones. Una es que hay un sector importante de la clase intelectual que siente un desprecio absoluto por la democracia representativa -la para ellos «abominable» democracia capitalista- y este sector domina cadenas de televisión y editoriales y productoras cinematográficas. Otra razón es que tocamos fondo como país hacia 2010. O mejor dicho, «creímos haber tocado fondo como país», porque en realidad ninguno de nosotros, por fortuna, sabe lo que es vivir en un país que ha tocado fondo de verdad. «A mí me han robado hasta el pasado», me decía el otro día una venezolana que ahora -igual que millones de sus compatriotas- se ha tenido que buscar la vida en otro país, en su caso Estados Unidos. Pero nosotros -intoxicados por la histeria colectiva- creímos en la década de 2010 que nos habíamos hundido por completo -sin que eso fuera verdad- y entramos en una depresión colectiva que nos impulsó a echarnos en brazos del primer curandero que pasaba por allí. Y ese curandero resultó ser Podemos.

Y por último, hay otra razón de la que no sé si somos conscientes. Desde hace varias décadas, se ha instalado entre nosotros, en todo Occidente, un aplastante estado de ánimo al que cabría denominar «Angst» -siento usar el palabro-, o «angustia» en el sentido freudiano, y que nos empuja a experimentar todas las modalidades de la ansiedad, la aprensión, el temor, la inseguridad y la culpa. Tenemos miedo y no sabemos muy bien de qué. Sentimos ansiedad pero no sabemos muy bien por qué. Nos sentimos violentamente frustrados pero no sabemos cuál es la causa. Nos creemos decepcionados con nuestra propia vida pero no sabemos encontrar un motivo. Nos sentimos víctimas -siempre víctimas- y no tenemos a nadie a quien culpar. Y es ahí donde aparecen los vendedores de crecepelo ideológico que nos engañan diciendo que la culpa es del capitalismo, del malvado, tenebroso y exterminador capitalismo neoliberal. Y entonces, esos engañabobos se ofrecen a curarnos todos nuestros males existenciales a cambio de nuestro voto. Eso es lo que nos ofrecía la extrema izquierda de Podemos hace diez años. Y eso es lo que nos ofrecerá la extrema derecha a partir de ahora. Hemos hecho un gran negocio, amigos.

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