PENSAMIENTOS

Maldita ansiedad

Antonio García Ferreras

Antonio García Ferreras / EFE

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Uno vive tranquilo hasta que un día, por lesión repentina o acumulación de pesares, se rompe. El damnificado se queda deshecho, desorientado y busca, desesperado, un pegamento para su identidad quebrada, remedio casi imposible.

La ansiedad es uno de los males de nuestros tiempos, aunque siempre ha acompañado a la humanidad. Los que saben aseguran de que se trata de un mecanismo de supervivencia: un sistema de alerta permanente para sobrevivir en un mundo de fieras. La realidad es que el que la padece en un grado severo se convierte en un pelele, en un coche siempre encendido, quemando combustible, pero que no conduce a ninguna parte.

Muchos son los motivos que nos llevan a esa situación: internos, externos, familiares, sociales, políticos, sentimentales, laborales… Más también el fuego aparece a menudo sin causa justificada.

La pandemia (de la que ya no queremos ni acordarnos) causó muchos desajustes anímicos. No era para menos. Había peligro real y no había remedio posible, salvo la casi total paralización de la vida social y económica. Algunos reaccionaron a la crisis cuestionando la mayor. Ya no se habla de los negacionistas, aunque el covid-19 nos demostró que los argumentos científicos no convencen a millones de personas que han recibido nuestra misma educación y que, por otro lado, son vecinos encantadores.

Algunos medios de comunicación acentúan las malas noticias por un doble motivo: alertar a su público y captar más audiencia, porque, lamentablemente, las desgracias venden más que las bienaventuranzas. Un ejemplo de este estilo es el de Antonio García Ferreras y su canal televisivo. La Sexta es una fábrica de miedos: virus, guerra de Ucrania, apocalipsis nuclear, inflación, subida de los tipos de interés y, ahora, la sequía. Ferreras, y otros muchos, se deleitan con las imágenes de los pantanos secos, los campos yermos y los agricultores desesperados. Nos meten miedo, mucho miedo. Pronostican subidas de los alimentos, cortes de suministros, ruina y más ruina. Más madera.

A muchos la falta generalizada de lluvia les importa un comino. A otros, más sensibles o débiles, les crea desazón, un dolor anticipado y absurdo.

Hemos dicho al principio que las víctimas de la ansiedad anhelan un remedio, un bálsamo que alivie su infierno interior. Afortunadamente existen recursos, como el Teléfono de la Esperanza (971 46 11 12) o la Línea de Atención a la Conducta Suicida (024) donde los sedientos pueden buscar ayuda.

Lino Salas, voluntario y portavoz del Teléfono de la Esperanza de Balears, explicó en un reciente artículo del Full Dominical el porqué y el para qué de este servicio. Salas habló de la «importancia de la escucha activa» y «del arte de la escucha». Los desesperados, los desterrados deben saber que al otro lado del aparato «hay personas que les van a escuchar, sin juzgarlos, ni condenarlos».

«Se crea un clima de confianza que les permite verbalizar la carga emocional y afectiva que les obnubila la mente para buscar una salida a sus problemas», añade el portavoz.

Estas líneas funcionan las 24 horas del día y todo el año. Al otro lado hay voluntarios y profesionales preparados y que saben atender, calmar, orientar y apagar el motor a la deriva. Solo prestando atención.

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