LAS CUENTAS DE LA VIDA
Mirando hacia el este
Jeremy Cliffe en el último número de Política Exterior publica una reflexión interesante sobre los actuales equilibrios de poder en el seno de la Unión Europea. Nadie, se diría, es ajeno a la marcha de la Historia. La huida del Reino Unido y las repetidas crisis económicas de los países mediterráneos –entre los cuales, en cierta medida, se incluiría también a Francia– han desplazado el flanco atlántico hacia el este. La inestabilidad del euro reforzó la centralidad alemana y la de sus satélites, tanto en lo económico como en lo político. No se trata sólo de una cuestión industrial, sino también geográfica: cuando eres un Estado aún dependiente –y todos lo son de algún modo– tus fronteras determinan en gran medida tu prosperidad. Hablamos, por ejemplo, de la deslocalización de la industria auxiliar, que lógicamente ha beneficiado a las naciones limítrofes con Alemania. Así como las repúblicas bálticas se han visto favorecidas por los flujos de los países nórdicos (Finlandia y Suecia, sobre todo), la República Checa, Polonia y Hungría han sacado provecho de la preeminencia alemana (un privilegio del que no han disfrutado de igual manera Bulgaria o Rumania, más alejadas de Europa central). Acertadamente, además, estos países adoptaron hace años ya una decidida política fiscal de impuestos bajos, con el fin de atraer la inversión extranjera, que se ha traducido en un crecimiento explosivo a lo largo de estos últimos años. De forma grandilocuente, se podría afirmar que los nuevos tigres europeos se asientan en el este.
Pero no es sólo la economía, sino también la política. La guerra de Ucrania ha hecho bascular agresivamente el eje de preocupaciones de la Unión hacia su frente oriental. La defensa militar vuelve a adquirir protagonismo, la OTAN se rearma, se esfuma la neutralidad escandinava. Europa ha adquirido una vez más consciencia de su política de seguridad es insuficiente y hasta los gobiernos socialdemócratas hablan de la urgencia volver a invertir en armamento. Polonia, como potencia regional emergente, capitanea esta posición. Al parecer ellos gozan de un capital histórico –el de la lucha contra Rusia– que a nosotros nos resulta ajeno, o al menos muy lejano. No es extraño, por tanto, que sean estos países –Polonia y República Checa, Lituania, Letonia y Estonia– los que empujan con más fuerza a Bruselas para reformular las políticas destinadas a proteger nuestras fronteras y no sólo en lo geográfico, sino también a partir de lo que ha supuesto la guerra híbrida impulsada por Moscú en el deterioro de nuestras instituciones liberales y de la atmósfera política en general.
Sin duda Occidente tiene mucho que aprender de los antiguos países comunistas. Pero también hay riesgos asociados a la excesiva centralidad alemana en el seno de la Unión Europea. No habrá una política de defensa eficaz sin la iniciativa real de Francia, sin una recuperación consistente y sin el crecimiento sólido de las economías española e italiana. La prioridad de la frontera oriental no puede hacernos olvidar que no es la primera vez que Rusia ha utilizado las corrientes migratorias para desestabilizar al continente. A medio plazo, la inclusión de Turquía y Marruecos en la UE parece clave para consolidar un proyecto democrático que se ve amenazado desde múltiples frentes. La necesaria mirada hacia el este deberá ir acompañada de una no menos perentoria mirada hacia el sur.
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