PENSAMIENTOS

El pan como salvavidas

Felipe Armendáriz

Felipe Armendáriz

Nadie debería ser asesinado si porta un pan bajo el brazo. Nadie, ni Manuel Zamarreño, ni la panadera Mónica, ni los mártires de la matanza de Chernígov (Ucrania).

Manuel Zamarreño era un humilde trabajador vasco, afiliado al PP y concejal por ese partido en Rentería. El edil, de 42 años, había dado un heroico paso adelante y aceptado sustituir en el escaño a su compañero José Luis Caso, víctima de ETA. A Zamarreño le pusieron un único escolta, simbólico e inoperante, y él, valiente y coherente, quiso seguir con su vida ordinaria. El 25 de junio de 1998 acudió, como todos los días, a comprar el pan cerca de su casa. Una moto bomba lo aniquiló cuando llevaba la barra bajo el brazo. Su hija, de 15 años, se había ofrecido a hacer el recado y oyó desde casa la terrible explosión.

El 25 de enero de 2022 Mónica, de 50 años, se hallaba de madrugada trajinando en el negocio familiar, la tahona «El Molino», situada en el pueblecito granadino de Fuentes de Cesna. Su marido, Antonio, la mató y después se suicidó de un disparo en la cabeza.

Apenas dos meses después, el 16 de marzo de ese año, un grupo de ucranianos, aterrorizados y humillados por la guerra, hacían cola para conseguir el pan en Chernígov. Tropas rusas dispararon contra la fila y causaron 10 muertos.

He pensado muchas veces en Zamarreño, Mónica y los ametrallados de Chernígov. No hay un gesto más humano, familiar y cotidiano como adquirir el pan. Es un alimento básico y asequible desde que la humanidad abandonó las cavernas y se puso a cultivar la tierra pensando en un futuro mejor.

Cuando este suministro falla algo grave está pasando: el terrorismo ciego y fratricida, la violencia de género, una guerra imperialista y genocida o una catástrofe natural.

Los cristianos tienen como una de sus principales oraciones el Padrenuestro. Este rezo, compartido por católicos, protestantes, anglicanos y ortodoxos, implora a Dios «danos hoy nuestro pan de cada día». No importa ser creyente para compartir el que todos tienen derecho, a diario y en calma, a un sustento básico.

Más la violencia, el hambre y las injusticias acompañan, desde hace siglos, al hombre en su ciego peregrinaje. Algunos seres humanos llevan un gen de la maldad y no dudan, como los siniestros jefes de ETA, el machista Antonio y el despiadado Vladímir Putin, en masacrar a sus semejantes con excusas impresentables como la grandeza de la patria o la maté porque era mía.

Sería maravilloso conseguir un acuerdo universal de que un pan sirviera como salvavidas, como detente bala. Ninguna persona sería asesinada, y si me apuran atacada o lesionada, si estuviera próxima a la masa de harina fermentada y horneada. La ONU podría intervenir y establecer esta tregua, este salvoconducto permanente, que preservaría millones de vidas. Esto es una utopía.

Más no debemos desfallecer: la paz y la solidaridad hay que trabajarlas a jornada completa y desde pequeñitos. Tenemos multitud de ejemplos de personas e instituciones que luchan por la defensa de los derechos humanos, la resolución de conflictos, la extensión de la educación y el suministro universal de alimentos.

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