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Enric Lluch

Ernest Lluch, el espíritu de la curiosidad

«Todo investigador es una persona que sobre todo es curiosa». Estas palabras –extraídas de una entrevista que le hicieron en TV-3 poco antes de su muerte–, tan ciertas como cargadas de una sutil ironía, son unas de las más válidas para definir el talante de Ernest Lluch.

Su espíritu de investigador/curioso, que lo acompañó desde muy pequeño, lo llevó a involucrarse en innumerables proyectos y a conocer muchas personas de diferentes estratos, ámbitos y territorios.

Además de Barcelona, donde pasó la mayor parte de su vida, por motivos profesionales también estableció residencia en València, Madrid, Santander y Donostia, ciudades en las que no se limitó a estar de paso. Con su inquietud por conocerlo todo tomó el pulso a la sociedad valenciana de los 70, se integró en la reservada sociedad cántabra, insistió en saber la historia de los pocos «madrileños de toda la vida» y, especialmente, investigó a fondo por qué una parte importante de la sociedad vasca había optado por la violencia como medio para conseguir unos objetivos lícitos en el fondo pero no en las formas.

Es en esta implicación suya, que dejaba huella por todas partes, donde encontramos gran parte de los motivos por los cuales, después del impacto que tuvo su traumática muerte en la sociedad, mucha gente expresara la voluntad de crear una fundación para recordar su figura y su legado. Fue un avalancha de propuestas y solicitudes para hacer una Fundación Ernest Lluch que venían desde diferentes ámbitos y territorios y se enmarcaban, según fuera el origen, en alguno de los diferentes campos en los que se había involucrado: pensamiento económico, la docencia, la política, el deporte o la música.

El sentimiento general era preservar tanto la obra como los valores democráticos que Ernest Lluch encarnaba y ante esto, desde la familia –siempre acompañados y asesorados por muchos de sus mejores amigos y compañeros– optamos por hacer una única Fundación sin diferenciar el ámbito. Entre otras muchas bases fundacionales se tuvieron muy presentes las palabras de su hermano mayor, Enric Lluch, en el momento de constituirla: «No hay que correr. Nadie os espera. Lo que sea, hacedlo bien y con rigor».

Así, ahora hace 20 años, nació la Fundació Ernest Lluch. A partir de la síntesis de múltiples iniciativas de ámbitos muy diversos y con el objetivo de administrar el legado de Lluch y proyectar sus inquietudes cívicas, académicas, políticas, culturales y deportivas. Esta pluralidad, junto con la generosidad y la heterogeneidad de sus fundadores, ha sido desde entonces la guía y la clave del éxito de la Fundación.

La figura de Lluch se ha convertido en un referente de los valores democráticos, la tolerancia, la paz, el progreso, la libertad, la igualdad y, muy especialmente, el diálogo; todos ellos fundamentales e imprescindibles para convivir cívicamente. Por eso, hoy su nombre está presente en plazas, calles, hospitales, bibliotecas, institutos, escuelas o líneas de metro y de autobús.

Desde la familia, solo podemos tener palabras de agradecimiento a todas y cada una de las personas e instituciones que desde el anonimato o públicamente han ayudado, colaborado o impulsado mantener viva la memoria de nuestro padre, pareja, hermano, cuñado, tío o abuelo. El inmenso talento, el conocimiento y la implicación desinteresada de todos los miembros y colaboradores de la fundación siguen manteniendo vivo el espíritu ‘Lluchià’ del trabajo incansable, de la búsqueda de soluciones a los diferentes retos que nos trae la vida y de explorar las vías para obtener «la máxima igualdad y fraternidad entre las personas que viven en sociedad», según nos dejó escrito en uno de sus innumerables artículos que le ayudaron a formar un perfil singular, reconocido y respetado.

Han sido 20 años apasionantes y nos ilusiona saber que queda mucho camino para que la idiosincrasia de la Fundación siga siendo un instrumento útil en la mejora de la sociedad y para generar reflexión crítica. Muchas gracias a todos.

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