Existe una pequeña calle transversal a la calle Sindicato tan pequeña, que ni siquiera parece una calle. Por su configuración y por las personas que la habitan tampoco parece estar en Palma, ni es fácil ubicarla en otro ciudad. Es la calle de la Justicia.

Irónicamente, en ese pequeño reducto que ha sobrevivido a la gentrificación del barrio siguen ejerciendo la prostitución mujeres de todo el mundo que se turnan en la esquina con la calle Ferreria a la espera de clientes, muchos de los cuales llegan en coche y frenan disimuladamente para negociar el precio por la ventanilla del vehículo.

Nada ha cambiado para ellas desde que hace una semana la ley contra la prostitución y el proxenetismo pasara su primer trámite en el Congreso, no sin antes dejar un reguero de acusaciones y resentimiento entre diversos miembros de los socios de gobierno.

La nueva ley tiene el espíritu de perseguir la actividad, a los proxenetas y a los clientes, protegiendo a las mujeres del último reducto de la esclavitud y la explotación humana en occidente. Sin embargo sólo el espíritu ha generado un debate que muchos otros asuntos de igual importancia no han provocado en los últimos meses a pesar de los convulsos tiempos en los que vivimos.

Es chocante ver cómo se da por hecho por algunos sectores que es imposible acabar con esa explotación y se trata el concepto de libertad desde el punto de vista del que la tiene, no desde el punto de vista de la que ni siquiera la imagina. Anne Applebaum en su libro Gulag hablando de un intelectual preso en las duras cárceles de Siberia durante los años estalinistas cita «nunca escuché ni una palabra crítica al régimen soviético de los labios de un preso ruso durante el tiempo que estuve en Butirka».

En la historia de la lucha por los derechos humanos siempre ha habido quienes no han creído posible avanzar y por diversos motivos han defendido el statu quo. En el siglo XIX Haití para obtener su independencia tuvo que pagar millones de francos al estado francés en compensación por la pérdida de esclavos y tierras. Al no poder hacer frente a la enorme deuda, pidió un préstamo a bancos galos y así generó doble deuda y ruina económica secular. Se podría decir que los esclavos aún están pagando a quien les robó su libertad. De igual forma el apartheid nació como una forma de control político, social, pero sobre todo económico.

Detrás de toda explotación humana hay un componente económico. En 2014 la Unión Europea pidió a España una estimación del impacto económico de la prostitución, las drogas y el contrabando y que se incluyera en el PIB, lo que supuso un aumento del 4 por ciento. El INE calcula que la prostitución genera un 0,35 por ciento del PIB español y un reciente estudio revela que es, además de Madrid, en el llamado corredor mediterráneo incluido Balears donde se concentra la actividad.

De estos números no se habló en el Congreso y ya veremos qué pasa en la tramitación de la ley. Mientras, veo cada día a las mujeres de Justicia, tan parecidas a las mujeres que veo en Madrid en la calle Desengaño. Me viene a la mente mi hija cuando tenía cuatro años y observándolas en esta famosa calle me preguntó: «mamá, ¿qué hacen ‘las que esperan’ cuando nieva?».