Diario de Mallorca

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Mercè  Marrero

LA SUERTE DE BESAR

Mercè Marrero Fuster

Todos igualitos

Lo auténtico no abunda y todo es demasiado parecido. Las calles, las formas de vestir, los menús de los restaurantes y, también, las expresiones de las mujeres que se someten a operaciones de cirugía estética

La mayoría de ciudades del mundo tienen una calle idéntica. Da igual que estés en Abu Dabi, París, Madrid, Tokio o Sevilla. Una calle es la misma: la de las grandes marcas. Es lo que tiene la globalización, que tiene muchas cosas buenas, pero que también nos ha llevado a paisajes urbanos con poco carisma y sin personalidad. Esas tiendas de marcas universales comparten el mismo olor. Intenso en unas, floral en otras, insoportable en la mayoría, pero supongo que algunos expertos en marketing decidieron que el viaje del usuario debía pasar por unificar nuestras fosas nasales. Y ahí andan, torturándonos. Otros especialistas, esta vez en tendencias, han decidido que todas las adolescentes deben vestir de una marca china, que se ha hecho famosa gracias a sus bajos precios y a la red social TikTok. Les pregunto a mis hijos sobre ella y ponen los ojos en blanco ante lo que consideran ignorancia en estado puro. «Todo el mundo la lleva», se mofan. Abro los ojos al mundo. Paseamos por calles idénticas, observamos escaparates idénticos, vestimos de forma idéntica y comemos y bebemos en franquicias en donde las hamburguesas y los cafés con leche saben exactamente igual aquí que en Tombuctú. ¿Dónde está lo auténtico?

Las ciudades, los olores y la estética son homogéneos y, también, eso que llaman la experiencia del cliente a la hora de comprar en ciertos establecimientos. Son comercios que van de únicos, pero que solo venden humo. Nos creemos que una barra de pan es artesana, y nos da igual que se convierta en un chicle al cabo de pocas horas, solo porque la hemos adquirido en un horno decorado con sacas de harina y dependientes jóvenes y bien uniformados. Hay tiendas de frutas y verduras especializadas en hacernos creer que pisamos colmados tradicionales. Lo colocan todo en cajas, la venta es a granel y nosotros disfrutamos llevándonos a casa manzanas brillantes por la cera que les ponen o frutas exóticas que han cruzado medio mundo para llegar a nuestras manos. Pagamos cientos de euros en menús de degustación, restaurantes fusión, ofertas mediterráneas o sostenibles y muy pocas cosas son reales. Venden humo, lo venden bien y nosotros lo compramos.

El horror de la homogeneización también está presente en la estética femenina. Por eso, Cecilia Roth, Nicole Kidman, Renée Zellwegger, Melanie Griffith o la Reina Letizia se parecen tanto entre sí, a pesar de que una es alta, la otra es rubia, una está escuálida y la otra es mayor que todas. Los cánones de belleza también son uno y, por eso, hay mujeres que deciden perder su personalidad, expresión, esencia y autenticidad en pos del criterio único. Da igual que te parezcas al Joker, mientras no tengas un mentón caído o arrugas alrededor de los ojos. Las miro y me pregunto cómo serían sin esos pómulos hinchados, esas frentes inertes y paralizadas por el bótox o esos labios rebosantes de turgencia. Más guapas, seguro.

Tendremos ciudades con escaparates molones, viviremos en parques temáticos, vestiremos como nos dicten las redes sociales, comeremos lo que ordenen las modas y anhelaremos parecer eternamente jóvenes, pero todo será aburrido. Me encantaba Cecilia Roth y su voz de fumadora. Era de esas actrices a quienes no podías dejar de mirar cuando aparecían en la pantalla. Hoy no la reconozco. Triste.

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