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Juan Alberto Belloch

CON LA VENIA

Juan Alberto Belloch

Parte de mi vida para siempre

Una de estas mañanas de primavera me ha despertado el teléfono sonando incansablemente con la noticia del fallecimiento de Luis Roldán. Sin duda, símbolo de la corrupción durante la década de los 90 en el siglo pasado. El día de su fuga era yo el ministro de Justicia, y en ese instante comenzó una nueva etapa de mi vida de la que Roldán formaría parte ya para siempre. Era un tiempo de tribulaciones, en el que se producían acontecimientos tan incompresibles a las luces de hoy día, como la dimisión de un ministro de Interior, simplemente por cumplir la ley.

Se le reprochaba a Antonio Asunción «no haber impedido la fuga del entonces director general de la Guardia Civil, Luis Roldán». El clima era tan tóxico que quienes pedían su inmediata dimisión entendieron que tal medida era necesaria pese a que el único responsable político de su fuga era, y era bien sabido, la propia autoridad judicial que no aplicó la prisión preventiva como medida cautelar. La autoridad gubernativa, empezando por el propio ministro, no estaba legalmente autorizada para vigilar a Luis Roldán, pues al tratarse de una limitación a la libertad deambulatoria, la autorización judicial hubiera sido imprescindible para efectuar tal control.

La noche anterior a la mañana en que presentó su dimisión traté de hacerle reconsiderar su propósito, aunque fuera solo para mantener el sentido común, pero fracasé. Teníamos excelente relación personal pues Antonio había estado muy vinculado políticamente a mi trayectoria. Cuando Felipe González me nombró ministro de Justicia le mantuve en la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias por su demostrada eficacia. Más tarde, convencí a Felipe para que elevara el rango de la institución a Secretaría de Estado. Y cuando José Luis Corcuera, a su vez, presentó la dimisión por un motivo, en mi opinión poco trascendente visto asimismo en estos tiempos, pidió mi parecer acerca de quién debería sustituirle.

Sin vacilar cité de nuevo el nombre de Asunción pues había tenido grandes aciertos en la política de dispersión de presos etarras y porque con su nombramiento se garantizaba una buena coordinación y cooperación con mi propio ministerio.

Es curioso recordar que en aquel momento algunos miembros del Gobierno presionaban para que ese cargo recayera en otros candidatos, entre ellos Rafael Vera y Luis Roldán. Pero afortunadamente Felipe no se equivocó. Antonio Asuncion, aunque fuera por un tiempo escaso, de apenas tres meses, había realizado una excelente labor al frente del ministerio.

La fuga de Roldán provocó la dimisión de Antonio como es bien sabido y quien les escribe estas líneas quedóse en delicada situación, pues era más que probable que el presidente me nombrase ministro de Interior a fin de garantizar la continuidad de un trabajo ya consolidado. Cierto es que traté de evitarlo sin éxito pues, al contrario, provoqué la fusión de los dos ministerios implicados.

Desde ese instante, los objetivos fundamentales fueron, en el ámbito de la Justicia, la aprobación parlamentaria del Código Penal y la Ley orgánica del Tribunal del Jurado. Y en Interior, la urgencia era encontrar sano y salvo al fugado Roldán.

Recuerdo hoy con una sonrisa, que en aquellas malhadadas circunstancias un diputado del Partido Popular nos acusó a Felipe y a mí, supongo que yo en calidad de ejecutor material, como autores de un delito de asesinato. Al más clásico estilo mafioso lo habríamos matado arrojando su cadáver al mar con la consiguiente losa atada a los pies. Para disgusto de algunos y alegría de muchos más, la Policía española logró detenerle y custodiarle con esmero durante todo el trayecto de vuelta a España entregándole a la autoridad.

El señor Roldán, tras una excelente instrucción judicial, fue juzgado y condenado por todos los delitos de los que venía siendo acusado y sin mayor escándalo.

La pena ascendió a 31 años de prisión, y ha sido uno de los penados con mayor grado de cumplimiento.

Fue, se dijo entonces, el paradigma de la corrupción institucional, el protagonista del más grave escándalo del siglo .

Tales exageraciones tenían su lógica, dado que el imputado era nada menos que el director del Instituto Armado en un tiempo en que la Guardia Civi era la segunda institución más prestigiosa después de la Corona.

Por todo ello y tras haber cumplido holgadamente el castigo impuesto en la tierra, descanse eternamente en paz el señor Roldán.

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