He leído con suma atención el artículo que Aina Ferrero Horrach publicó en el Diario de Mallorca del lunes 21 de febrero de 2021 a fin de argumentar sus razones en favor de mantener la pintura que cubre toda la fachada del Hotel de la calle Marqués de la Sènia.

Su argumento central es comparativo. Menciona a Gaudí (arquitecto de la Pedrera, la Sagrada Familia, la Casa Batlló), Renzo Piano y Richard Rogers (arquitectos del Centro Pompidou), y Ieoh Ming Pei (arquitecto de la Pirámide del Louvre). Y sostiene que de igual modo debe conservarse la pintura de José Luis Mesas («autor de reconocido prestigio») en el edificio de la calle Marqués de la Sènia porque su propietario ha apostado por el arte y la cultura.

Añade que el edificio del Hotel Son Armadans no está catalogado, además de alejado del centro histórico de Palma. Y concluye que si el ayuntamiento de Palma no aplica a este mural la excepción como «incremento del valor patrimonial» y, por el contrario, invoca la normativa urbanística para imponer que la fachada regrese a su configuración anterior, incurrirá en «provincianismo» y se mostrará contrario a la innovación, el arte y la creatividad.

Mi discrepancia es a la totalidad. A mi entender no es cierto que «sumar arte al arte sea un plus» y solo da lugar a «interpretaciones subjetivas». En ninguna de sus manifestaciones: ni en la Literatura, ni en la Cinematografía, ni en la Música, ni en la Arquitectura, ni en las Artes plásticas. Por supuesto que hay criterios objetivos que chirrían al comparar a José Luis Mesas con Gaudí, Renzo Piano o Richard Rogers: ¿Museos en los que su obra esté representada: Internacionales (MOMA, Pompidou, la Tate…) o, cuando menos, nacionales (MNCARS, MACBA, MUSAC, Es Baluard)?; ¿libros académicos y tesis doctorales sobre la obra del artista?; ¿galerías prestigiosas que exhiban sus obras?; ¿premios internacionales (León de Oro) o nacionales (Velázquez o Nacional de las Artes)? Los mismos criterios que para un novelista, un músico o un cineasta. Parecería que Aina Ferrero Horrach sostendría que las Artes plásticas son otra cosa; y que cualquiera puede decidir e interpretar subjetivamente qué es de calidad y qué no lo es. Y no es así.

Los gustos son subjetivos y merecen el mayor de los respetos: quienes lean las novelas de Janet Dailey, acudan a ver las películas de Torrente, o les gusten las pinturas de Javier Calleja gozan de todo mi respeto. Ahora bien, el gusto será subjetivo pero no así la calidad y la formación de los artistas. No se debe banalizar con ningún arte y tampoco con las artes plásticas. Por supuesto que concurren criterios objetivos para afirmar la calidad de las novelas de Javier Marías, las películas de Scorsese, los proyectos de Álvaro de Melo Siza o las esculturas de Markus Lüpertz.

He enumerado los criterios que defiendo para valorar la calidad de un artista. Y tal vez Aina Ferrero me replicaría que José Luis Mesas es un artista emergente. Y en tal caso yo le duplicaría que es mejor que los artistas noveles pinten lienzos en su estudio y esperar a que se consagren para pintar las fachadas de la ciudad que amo. Mi colección, como la de algunos de los coleccionistas con quien contrasto opiniones, está llena de artistas emergentes totalmente desaparecidos.

Por supuesto que si Aina o cualquier otro crítico cree haber descubierto en Mallorca algún pintor de ignorado prestigio que, como J. M. Basquiat, sea un artista maldito llamado a ser importante en el futuro debería advertirlo a cada una de las cuatro galerías mallorquinas presentes en la 40ª edición de ARCO.

Yo nada objetaría a que este o cualquier otro empresario apostase e invirtiese la cantidad de dinero necesaria para que su hotel se hubiese cubierto con un mural de Gerhard Richter, William Kentridge o Francis Alys. Tampoco si el artista fuese Juan Uslé, Soledad Sevilla o Esther Ferrer. Aplaudiría que en tal caso, el Ayuntamiento aplicase la excepción de «incremento de valor patrimonial». Pero no me parece razonable que cualquier propietario de un edificio en Palma pueda decidir unilateralmente, en base a su gusto subjetivo, cómo decorar su fachada. Tanto si el edificio está en el centro histórico como si no lo está. Me puedo imaginar la reacción de los vecinos de París, Milán o Brujas ante alguna intervención como esta en las fachadas de sus calles y no sería provinciana.

Cuestión muy diferente es la de los criterios estéticos del ayuntamiento de Palma y el otorgamiento de licencias de construcción de edificios horrorosos de color rosa y atiborrados de balaustradas romanas. Pero la mala suerte que los ciudadanos de Palma venimos sufriendo por la falta de interés artístico y estético de alcaldes y concejales de cultura no es razón para pretender que Palma se convierta en una especie de barrio de la Boca.