El PP ha logrado arrebatarle el protagonismo a Vox, aunque sea para autodisolverse. En la guerra a muerte de Ayuso contra Casado, por orden de importancia, la presidenta de Madrid lleva la iniciativa. Está ejecutando a la perfección el ‘plan Bannon’, un asalto a La Moncloa con dos columnas capitaneadas respectivamente por Vox y por un PP más radicalizado si cabe que con el Aznar negacionista del 11M, y que considera que el PSOE no es un partido constitucionalista.

Las elecciones regionales madrileñas y castellanoleonesas han demostrado que la derecha ultramontana cosecha votos suficientes para alimentar a PP y Vox. Simétricamente, el hundimiento de Podemos no implica ganancia alguna para el PSOE. El ascenso mutuo de los ultraconservadores y el retroceso a dúo de los progresistas eleva de posible a probable la conquista de La Moncloa a cargo de los primeros.

Una vez resuelto el fondo del asunto, las formas adquieren cierta importancia. En la oceánica historia de la corrupción del PP, el contrato que beneficia al hermano de Ayuso apenas si aporta unas gotas de deshonra a una formación donde el lucro particular ha significado incluso un aliciente electoral. El fallo reside en la genial idea, digna del tándem Casado/Egea, de que la presidenta de Madrid iba a amilanarse como su colega gallego Núñez Feijóo.

Además, el intríngulis de película de espías de la investigación a Ayuso no oculta que la intención de los probos dirigentes del PP distaba de limpiar y cauterizar una posible herida infectada del partido. Se trataba de chantajear a la rebelde con un simple dosier depositado anónimamente en la mesa de su despacho. Cuántos silencios y dimisiones no se habrán registrado en la política reciente con estos métodos.

Ayuso ha utilizado las acusaciones fraternas como una llave de judo, admitiendo una versión de los hechos por edulcorada que sea, para devolver el golpe a los dirigentes de su supuesto partido. A partir de ahí, se abre la mayor crisis interna que ha sufrido un partido español nuclear. Ni los lenguaraces barones de la UCD emplearon contra Suárez el lenguaje descarnado que se intercambian las facciones del PP.

Ayuso aplica meticulosamente la doctrina que llevó a Trump a la Casa Blanca, el irrebatible "puedo disparar a un tío en la Quinta Avenida y no pierdo ni un voto". El PP monolítico, disciplinado y patriarcal no esta previsto para combatir a veloces bajeles piratas. La genial idea presentada por García Egea, y consistente en allanar la expulsión del mayor activo electoral de su partido en la España reciente, parece inspirada en su precipitación por el claustro de profesores que tan apresuradamente licenció a Casado en todas las carreras que necesitaba.

Aunque Ayuso fuera culpable, Casado quedaría reducido al nivel más desgraciado de la política, que no es el rango de malvado sino de pobre hombre. Ahora mismo, se tambalea hasta el apoyo masivo que recibió de las vacas de Castilla y León, a las que halagó zalamero. La presidenta madrileña ya obró el prodigio de independizar a la comunidad más centrípeta del Estado, ahora remata una secesión en la médula de un partido de cultura unipersonal.

Se demuestra así que el ‘método Bannon’ adapta a su estrategia ultraconservadora los métodos más exóticos, el independentismo catalán o la guerrilla Vietcong a escala patriótica. El PSOE sigue sin erigirse en el ganador de esta disputa por el manantial más caudaloso del voto español, aunque Sánchez adquiere el rango de estabilidad que aprecian las instituciones contra las que se levantan Trump y sus imitadores.

Los píos defensores de un cordón sanitario contra Vox deberán especificar si amplían ahora el anatema a la importante sección del PP que suspira por Ayuso, y así sucesivamente. Es trivial concluir que el duelo implica la eliminación de uno de los adversarios. En estos casos suele aventurarse una tercera vía, que se llama Núñez Feijóo salvo que contra sus aspiraciones ya se recurrió con éxito al juego sucio.