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Pilar Garcés

Claro que volverás a Mallorca

No sé qué es más malo de aguantar, si el destrozo de nuestros datos sanitarios por los cuatro duros que deja el turismo de viajes de estudios, o la sobreactuación de los padres que enviaron a sus hijos de botellón a la isla

Me imagino la conversación con mi padre si me pillan haciendo algo prohibido en un viaje de estudios, y me contagio del virus que ha matado a ochenta mil personas contra el que llevamos año y medio peleando, y me tienen que poner en cuarentena, y aparezco en las noticias como ejemplo de cabeza de chorlito insolidaria. «Haz lo que te manden. Ya hablaremos». Se puede decir mucho con pocas palabras. Lo primero, aquí quien decide no eres tú. Lo segundo, a la justicia pública seguirá la de nuestra familia, basada en la ley inmutable de «chorradas, las justas». Al colgarme el teléfono, por supuesto sin ofrecerse a mandar dinero, me habría dejado deseando que esa cuarentena durase tres o cuatro meses, hasta que se esfumara su cabreo. Un bochorno, un ridículo: una hija maleducada. Ser una petarda a sus ojos me habría supuesto un atormentado exilio interior. Mi padre, uno de cuyos mantras era «cuida de ti misma», seguido de «no des trabajo», se habría sentido profundamente insultado por el asunto del macrobrote de adolescentes en Mallorca. No tanto por la actitud de los chavales egocéntricos empeñados en retransmitir en tiempo real su contrariedad de kardashians enclaustradas, como por la de los padres complacientes que los están tratando como jarrones chinos, o peor, como a colegas. «No sé cómo se ha contagiado mi hija, si se fue para hacer paddle surf y visitas culturales, alguien tiene que responder», clamaba una progenitora en la televisión vasca. Como contribuyente mallorquina paganini del hotel de cinco estrellas convertido en albergue juvenil, y de las horas extras de los policías que persiguen los botellones porque lamentablemente este «secuestro» no va a tener rescate en metálico, me ofrezco a contestar: eres una afrenta para la paternidad responsable, una de esas madres helicóptero dispuesta a estrellarse contra la cruda realidad con tal de defender a su vástaga de las consecuencias de sus actos. Has abdicado de tu obligación de educar porque educar es difícil. Nunca has puesto límites y ahora ves el resultado. Tu hija se ha equivocado como todos a su edad, y mientras está en la cama con fiebre maldiciendo el momento en que se quitó la mascarilla en el concierto de reguetón, tú no te arrepientes de haberla dejado ir de viaje. No aprendes, qué ejemplo vas a dar.

Asegura una de las indignadas huéspedes juveniles del hotel covid que no va a volver en su vida a Mallorca. Qué va, reina. Volverás. Con tu pareja o con tus padres, y te pondrás muy pesada recordando «aquí es donde nos juntamos con unos de Albacete a beber litronas, jo que noche», «aquí es donde la Lore vomitó y una mujer nos gritaba desde el balcón, nos fuimos por patas de la policía», o «en esta farmacia compramos el termómetro cuando el Marcos empezó a notarse caliente». Volverás, y repetirás, y mirarás con envidia los balcones del Paseo Marítimo porque no te podrás permitir pagar semejantes vistas. Volverás tú, y los británicos, que ya habían hecho acopio de botas de agua y chubasqueros para pasar un verano en su país, y de repente, milagrosamente, se les han vuelto a abrir las puertas del paraíso. No sé si después de tanto sufrimiento pandémico estamos preparados para los macrobrotes que están a punto de aterrizar en la isla. Para pasarnos todo el verano sulfurándonos porque los chavales se portan como chavales, y los turistas como turistas, porque Mallorca es el lugar al que se vuelve, en cuanto te dejan.

El desliz

El desliz Elisa Martínez

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