77 años después de su muerte, hemos podido recuperar los restos mortales de nuestro padre, José Alemany Vich, comandante de Artillería y del Estado Mayor, fallecido el 19 de julio de 1943, en acto de servicio y cumpliendo su deber en Rusia. Seleccionado para su incorporación a la División Azul, lo hizo el mismo día en que yo hacía mi primera comunión. Un trozo de metralla le hirió en la sien y pese a su asistencia médica falleció en la fecha indicada. Años después el ayuntamiento de Palma decidió dar su nombre a una calle de la ciudad. Posteriormente, una alcaldesa socialista, hoy delegada del Gobierno, borró su nombre, apoyándose en la ley de la Memoria Histórica. Aprovechando el momento, también borró el nombre de mi tío Jorge Dezcallar Morell, de 27 años, abogado y afiliado a la Confederación Española de Derechas Autónomas (CDA). El 24 de agosto de 1936, un grupo de milicianos se presentó en casa de mis abuelos maternos en Barcelona donde él residía y le requirieron a que fuese a declarar. De despidió de sus padres: «Moriré como un buen cristiano. Rezad mucho por mí», fueron sus últimas palabras. A la mañana siguiente, mi abuelo recorriendo hospitales, lo encontró en un pasillo del Hospital Clínico de Barcelona entre una fila de cadáveres, con un tiro en la nuca.

En aquellos momentos estábamos allí, mi tía Dolores, soltera; mi tía Concha, casada y con una hija un mes; mi madre, conmigo tres años y mi hermana de dos meses. Los maridos estaban en Palma. Vista la situación, mi tía Concha se hizo pasar como soltera; mi madre como viuda con un hijo, yo, y dos gemelas. Los maridos debían desaparecer. Huimos a Alicante, donde mi abuelo, capitán de marina mercante e inspector de la Cía. Transmediterránea, gracias a sus contactos marinos, pudo conseguir que embarcásemos en un barco francés que nos llevó a Marsella, desde donde pudimos volver a Mallorca.

Cuento esta historia porque a mis 86 años, he cerrado una etapa de mi vida con la repatriación de los restos de mi padre y en absoluto pretendo recuperar los nombres de mis familiares. Su recuerdo ha permanecido perenne en la familia. Sin odio ni rencores, pero sí desearía que al igual que han hecho en Madrid, se borrasen en Palma, los nombres de Santiago Carrillo, responsable de más de cinco mil fusilamientos incluidos niños en Paracuellos y el de Indalecio Prieto, cuyo guardaespaldas asesinó al diputado Calvo Sotelo.