"El partido que gobierna está imputado por corrupción. El presidente del Gobierno ha tenido que declarar ante la justicia por la financiación ilegal de su partido. Y lo más extraño de todo: nadie del Gobierno ni del partido asume ninguna responsabilidad política".

Esto no lo digo yo, lo dijo Podemos en septiembre de 2017, en medio de una indignación creciente y entendible ante la corrupción sistémica que desembocó en la primera moción de censura de la democracia.

Desde entonces el gobierno ha cambiado de color, y mientras uno de los socios de este nuevo gobierno escorado en la extrema izquierda ha soportado el escándalo de los ERE, con casi 680 millones de euros desaparecidos por obra y magia de algunos de sus dirigentes (que, por cierto, irían la mar de bien para pagar los ERTE), el otro partido padece aquello que tanto criticó y que fue su leitmotiv inicial (al menos el oficial, porque el oficioso ha quedado claro que era únicamente apoltronarse en el poder).

¿Deberíamos aplicar la medicina que tanto predicaban o la receta sólo es válida cuando ellos están en oposición? ¿Cuánto tendremos que aguantar los españoles para que alguien del Gobierno asuma, por fin, responsabilidades? Ni corrupción, ni caja B, ni cloacas, ni menores tutelados víctimas de pederastia, ni caso ERE, ni pandemia, ni 8M. Nada. Ese pegamento con el que están adheridos a los asientos debería patentarse, porque es, sin duda, el más efectivo del mercado.

La forma de defenderse que ha elegido Pablo Iglesias recuerda a alguien con quien, seguro, el líder de Podemos no querría ser comparado: Jordi Pujol. Cuando surgió el caso Banca Catalana, el entonces president dejó claro que atacarle a él era atacar a todos los catalanes. Esta fórmula, que tan bien le funcionó a Pujol, no parece que vaya a dar hoy el mismo resultado.

Alguien debería hacerle entender al señor Iglesias que cuando alguien le critica, no está cargando contra el cambio, el progreso o la defensa de la justicia social, sino que le critican a él y a su silencio, que dice más que sus palabras. Que cuando un juzgado de instrucción de Madrid le pide que aclare una serie de gastos sin justificar o el papel de la, por aquel entonces, inexistente empresa Neurona, no le ataca porque sí sino que hace su trabajo. Si no hay nada irregular, quedará convenientemente aclarado. Así funciona la Justicia, no como el señor Iglesias quisiera, sino como debe ser.

Si el líder de Podemos, como él mismo dijo, no quiere pasarse meses "defendiéndose de acusaciones sin fundamento", no hay nada mejor que salir de la trinchera de Twitter y dar las explicaciones pertinentes ante la opinión pública, con luz, taquígrafos y todos los papeles sobre la mesa. Porque cuando un político rinde cuentas, no lo hace por darle gusto a nadie por verle comparecer, sino por cumplir con la responsabilidad de rendir cuentas de su propia gestión de forma clara y transparente. El problema es olvidarse de que además de ser y parecer, hay que comparecer.

Me gustaría acabar este escrito con dos reflexiones. La primera, ¿qué decisión se vería obligado a tomar el señor Yllanes si tuviera asignado un asunto como el que afecta a Podemos, su propio partido, en caso de estar aún ejerciendo de juez? Y la segunda, ¿qué credibilidad puede tener un partido que dice seguir el ejemplo de históricos de la izquierda como Anguita o Mujica pero que, al contrario que ellos, practica aquello que justamente critica?