Quien sabe de fechas no sabe de virus, me dijo Miguel Hernán, el epidemiólogo de Harvard y del equipo científico que asesora al gobierno de España, en una de de las entrevistas que he hecho para la revista científica Gaceta Sanitaria. Por tanto mejor no predecir lo que realmente no sabemos sobre el tema. Y ante ello: manos limpias, mascarilla y metros de distancia. Las tres M como solución. Sin embargo, hay científicos que piensan que es posible tener en otoño de nuevo con fuerza al SARS-Cov-2. El trabajo de los científicos del Instituto de Medición y Evaluación de la Salud en Seattle sugiere que llegará en una segunda ola en septiembre, llegando a su punto máximo a finales de 2020.

Los virus se mueven en una fina línea entre la perniciosidad y la transmisibilidad. Pero el SARS-CoV-2, el coronavirus que provoca la enfermedad Covid-19, no cumple esta norma de equilibrio evolutivo. Los síntomas a menudo no aparecen hasta después de que los infectados hayan estado propagando el virus durante varios días. Y es que los virus como este coronavirus, que poseen una alta capacidad de hacer copias de sí mismos para luego introducirlas en nuevos portadores son más eficaces y presentan mayores niveles de prevalencia, y por tanto tardan más en verse frenados por la inmunidad de grupo o los esfuerzos sanitarios. Los brotes que sistemáticamente provocan síntomas severos son más fáciles de acorralar mediante medidas de salud pública, ya que es más sencillo detectar a los individuos infectados. Sin embargo, el SARS-CoV-2 puede infectar a comunidades enteras de forma sigilosa porque muchos de los infectados no presentan ningún tipo de síntoma.

La Covid-19 me decía una ginecóloga experta en sexualidad, recuerda a una enfermedad de transmisión sexual. La persona infectada no muestra síntomas y continúa sintiéndose bien€ y mientras sigue contagiando el virus. Ante ello, la pregunta sigue siendo: Qué podemos hacer. Y es que los bloqueos prolongados ciertamente no son la respuesta a las futuras olas de COVID-19. El cierre de escuelas es difícilmente sostenible. La economía no puede ser fácilmente refrigerada nuevamente. Y además los riesgos para la salud mental en épocas de confinamiento son reales.

La lección de la pandemia del VIH que nos ha enseñado (si somos capaces de aprender a estas alturas) es que ninguna medida preventiva por si sola es suficiente. Lo importante en el caso del coronavirus, es una combinación de medidas que incluyen lavado de manos, higiene respiratoria, uso de máscaras, distanciamiento físico (tanto como sea posible) y evitar reuniones masivas.

Otra lección del VIH es la importancia de proteger a las poblaciones clave. Covid-19 no es socialmente neutral. El SARS-CoV-2 explota y acentúa las desigualdades de forma muy importante. Hasta ahora, parece que la edad es el factor fundamental. Las personas mayores tienden a sufrir infecciones altamente dañinas mientras que las personas más jóvenes, a pesar de estar igualmente infectados, en su mayoría salen indemnes. La realidad es que su capacidad en hacer estragos entre los huéspedes más viejos con gran virulencia y preservar a los más jóvenes para que le sirvan de vehículo de transmisión es un hecho. Esto podría deberse a que los distintos huéspedes desarrollan diferentes respuestas inmunes.

Otra respuesta sería que, conforme nos hacemos mayores, somos más susceptibles de desarrollar otras enfermedades como la obesidad o la hipertensión, lo que a su vez nos hacen más propensos a sufrir efectos nocivos por parte del SARS-CoV-2. Y ese es solo un aspecto de las desigualdades; la precariedad o vivir en habitáculos pequeños ayudan a incrementar la capacidad de este virus.

Ante ello, la salud pública recibe menos atención y menos dinero que las acciones sanitarias dirigidas a las necesidades más apremiantes de pacientes. Comparten situación similar a la ciencia. Hubo una oportunidad, hace unos 10 años, de dotar a la salud pública de la importancia requerida con la redacción de la Ley General de Salud Pública; sin embargo, el texto inicial aprobado por el Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud fue perdiendo contenido antes de ser remitido al Parlamento. Y como explicaba Ildefonso Hernández, director general de salud pública en ese momento, se perdió, casi toda la estructura de salud pública diseñada y además no se aplicó y por colmo, el presupuesto para la salud pública descendió con rapidez, y no solo en España. Y así, el coronavirus sacudió a la principal agencia de salud del mundo, el Center for Disease Control and Prevention (CDC), creando una pérdida de confianza y obstaculizando la respuesta a la crisis. Por tanto, la pandemia ha puesto encima de la mesa una situación como es la fragilidad de los sistemas de salud pública a nivel global y en particular en España, donde tenemos un sistema de salud pública muy endeble aunque con buenos profesionales e investigadores.

España cuenta con pocos recursos dedicados a la salud pública desde el Gobierno central y las comunidades autónomas con presupuestos menores del 2% del gasto sanitario del cual el 80% se dedica a vacunas. Además, se han cerrado en España instituciones de formación e investigación de salud pública en los últimos 30 años, cómo el IVESP, el CUSP y recientemente con intentos de cambiar profundamente a la EASP.

Además de contar con poco personal, no se ha invertido en la aplicación de nuevas tecnologías a la vigilancia de salud pública, junto a no haber establecido una coordinación efectiva de las actividades de salud pública con las realizadas en atención primaria, atención hospitalaria, atención sociosanitaria, los servicios de salud laboral, o las oficinas de farmacia, en un entorno de abandono de la investigación en salud pública.

El estallido de la crisis ha situado la salud pública y la sanidad en general en la agenda de necesidades de mejora. Hay unanimidad en que el Sistema Nacional de Salud es uno de los mejores activos de España y probablemente, es un factor clave para garantizar el desarrollo económico y social. Por ello es imprescindible que todo ello, cristalice en medidas para que la gestión fruto del consenso sea más fácil y efectiva.

Como advierte Sun Tzu en El arte de la guerra, tienes que conocer a tu enemigo. Y todavía tenemos que saber mucho más sobre el SARS-CoV-2 antes de empezar a cantar victoria. Una buena Salud Pública sería una buena arma. ¿Alguna más? Esperemos que septiembre no nos traiga nuevos malos momentos. Aunque sea por hacer caso al brillante Miguel Hernán.

*Profesor De La Escuela Andaluza de Salud Pública