Opinión | Tribuna
Alicia Vallina
El relato repetido como estrategia política
La libertad de elegir la sociedad que queremos
"No es que yo lo piense, pero me preocupa que una parte de la sociedad perciba la falta de independencia de la justicia. Yo creo en la libertad de los jueces, pero me inquieta pensar que una parte de la sociedad pueda no pensar así". Lanzar este tipo de reflexiones al aire y ampararse en el "pensamiento social" para sembrar la duda sobre una de las premisas más importantes de nuestro estado de derecho como es la independencia del poder judicial es, cuanto menos, un acto de manipulación evidente. Así, en los discursos políticos que nos inundan estos días se repiten como mantras varias ideas poco maduradas que, en tiempos de crisis, podrían calar en algunos ciudadanos si no se establece una reflexión crítica sobre ellas para, posteriormente, decidir, desde nuestra libertad, si nos resultan suficientemente convincentes. Todo dependerá de nuestro grado de complacencia y capacidad analítica.
Los discursos, publicitados hasta la saciedad, suelen comenzar por un "deseo que sus familias y ustedes estén bien", un gesto, desde luego, de evidente cortesía que, en muchas ocasiones, enfatizan llamando a las personas a las que se dirigen por su nombre de pila. Esto genera confianza y cercanía, ambas sumamente necesarias en momentos en los que las instituciones y sus dirigentes están más alejados que nunca de la ciudadanía. A esto se acompaña la manida expresión "de corazón", también sólidamente consolidada en los discursos y que nos acerca peligrosamente a la emotividad y sentimentalismo, enemigos, en muchas ocasiones, del espíritu crítico y racional.
El "no dejar a nadie atrás" es otro de los mantras que se han convertido en recurrentes en estos últimos días. Es una evidencia que ninguno de nosotros, siempre y cuando seamos seres humanos empáticos y bondadosos, deseamos el sufrimiento y el dolor del otro. Sin embargo, debemos evitar que adjetivos tales como "empatía", "justicia social" o "generosidad" sean únicamente empleados por un determinado grupo social convirtiéndose así en paladín de sus discursos, pues ningún ser humano digno de calificarse como tal desea el dolor, el empobrecimiento, la explotación y la desprotección de ningún otro. Sea del color político que sea.
Apelar a la unidad y a la capacidad de escucha entre formaciones políticas para establecer consensos y alcanzar acuerdos es una de las razones de ser de nuestro sistema democrático. Nadie en su sano juicio no defendería esto, pero este discurso es también un arma de doble filo. El diálogo y la capacidad de escucha nos definen como individuos sociales, sin embargo, no todo es aceptable y ahí estriba la fortaleza de este peligroso discurso. De este modo, siempre que una de las partes no comparta determinados planteamientos, esto podría ser empleado como arma arrojadiza para justificar la ausencia de diálogo y de consenso y, por tanto, de falta de empatía con el otro.
Por último, la humildad, la capacidad de pedir perdón y el agradecimiento a los esfuerzos colectivos ejercidos por la ciudadanía, no deberán omitirse nunca en un buen relato político. En cualquiera de los relatos políticos. El ciudadano necesita percibir que, a pesar de que el mundo se desmorone ante sus ojos, el político es capaz de darle una palmada en la espalda y decirle al oído de modo cariñoso: "tranquilo, todo irá bien, yo cuidaré de ti".
Sin embargo, muchos de nosotros no aceptamos palmadas en la espalda ni discursos de autocomplacencia. Muchos tenemos la firme voluntad de participar activamente en el desarrollo de nuestra sociedad, en consolidar estructuras, pensamientos y premisas libres de prejuicios y de discursos predefinidos por los gurús de la comunicación política. Muchos no aceptamos adjetivos y no repetimos más mantra que el de la libertad de poder decidir qué tipo de sociedad queremos y necesitamos construir.
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