Para quién haya recorrido alguna vez el Camino de Santiago, ya sea total o parcialmente, esta expresión le resultará sin duda de lo más familiar. Puede que algo tópica, incluso, pero para los que amamos esa ruta esas dos palabras expresan algo más que una simple fórmula de cortesía. Conozco a muy poca gente que no admita que, después de haber andado el Camino en cualquiera de sus variantes, ha regresado de alguna manera transformado, lleno de una paz y serenidad difíciles de alcanzar en nuestros variados quehaceres cotidianos.

Después de 10 años ininterrumpidos de recorrerlo, no tengo ningún inconveniente a declararme un adicto al Camino. Cuando me preguntan por las razones de esa adicción no sé muy bien qué responder, la verdad, pues se trata sobretodo -y fundamentalmente- de una vivencia interior. Es decir, de un espacio y un contexto que facilitan el autoconocimiento y la convivencia en unas condiciones sumamente favorables: todo cuanto hay que hacer es caminar y meditar, si se tercia; tanto te da que el compañero o compañera de turno piense verde, amarillo, rojo o azul. Es más, generalmente ni te planteas esos matices, a los que damos tanta importancia en la vida ordinaria. En ese marco da exactamente igual que goces de una posición acomodada o humilde, que seas guapo o más bien poco agraciado: caminas, piensas, te cansas, a veces te salen ampollas... Y cuando llegas al albergue solo necesitas una ducha y una litera, nada más. Insisto: nada más, quién haya hecho alguna vez el Camino sabe perfectamente de lo que hablo.

Últimamente, no obstante, están proliferando los llamados 'turigrinos'. Se trata de una forma de hacer el Camino alejada de su razón de ser, a mi juicio. No pretendo decir con ello que al Camino se vaya a sufrir, de ninguna manera; todas las opciones son respetables y cada cuál conoce sus límites. Pero creo que plantearse el Camino como un trecking cualquiera es una lástima y un error: existen mil opciones para ello, la mayoría mucho más atractivas y sugerentes (de hecho numerosos tramos del Camino transcurren por zonas urbanas o polígonos sin ningún aliciente). Es aquí donde, a mi juicio, cabe reivindicar la idea antes apuntada de vivencia interior, que no tiene porqué estar relacionada necesariamente con la religión, aunque resulta obvio que se trata de un itinerario patrimonial y paisajísticamente ligado a la figura y la leyenda del apóstol Santiago.

Este año tuve la suerte de contactar con unos peregrinos que se disponían a recorrer parte del llamado Camino Portugués, que úne las localidades de Lisboa y Santiago. Yo hice únicamente el tramo que empieza en Tui y acaba en esa misma localidad (unos 120 km, aproximadamente). Hacer el camino en invierno tiene sus inconvenientes (la inestable meteorología, el principal de ellos), pero también muchas ventajas. Entre ellas destacaría la paz y el sosiego que se respira en las numerosas carballeiras o bosques de robles que salpican este itinerario. Por no hablar de los innumerables arroyos y riachuelos que te encuentras prácticamente en cada recodo del camino.

Pero todo ello hubiera sido muy diferente sin la compañía de Biel, Hilario, Ignacio, Jesús y Alejandro. A decir verdad, aprendí tanto o más de sus silencios que de sus palabras, que a menudo me proporcionaron alivio ante la fatiga, diversión incluso. No faltó el cansancio pero tampoco esos orujos después de la cena, que nos sabían a gloria y que nos reconciliaban con el frío y las agujetas... Por eso me gustaría dedicarles estas reflexiones en este mi décimo aniversario de peregrinaje por el Camino. O por los Caminos, para hablar con precisión. Porque de alguna manera ellos han sido esas gemas preciosas que, a poco que uno se empeñe, descubre de tanto en cuando entre la piedra y el musgo.