Los políticos no respetan a los electores. Obligarles a votar tres veces este año, cuatro en elecciones generales desde 2015, seis si incluimos las municipales (más las autonómicas) demuestra que no viven en el mundo que pretenden gobernar. Todos son responsables. Pablo Iglesias, Albert Rivera, Pablo Casado y Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno en funciones mucho más que los demás, ciertamente, pero todos y cada uno de ellos han apostado por estrategias de callejón sin salida.

Los ciudadanos tenemos derecho a tomarnos cumplida revancha. Si ellos no respetan la voluntad del electorado, los votantes tienen derecho a darles una simbólica patada en el culo. El quedarse en casa es una opción discutible, pero perfectamente válida si se adopta, no por comodidad, sino para amonestar a quienes no han cumplido su parte del contrato. Sobran las razones por las que la abstención es una opción legítima el 10 de noviembre.

Las elecciones generales se repetirán dentro de 50 días porque los políticos elegidos no han comprendido que el fin del bipartidismo casi perfecto exige nuevos modos de hacer política. Casi ninguno se ha dado por enterado. De hecho los partidos regionalistas y nacionalistas han sido los más sensatos a lo largo de estos meses.

Los ciudadanos están perplejos porque todas las encuestas auguran que el reparto de escaños no sufrirá grandes cambios. ¿Cuál es la alternativa? ¿Seguir votando cada seis meses?

Los políticos son trileros vocacionales. Ocultan sus verdaderas intenciones debajo de cubiletes que mueven para despistar al votante. Evitarán, incluso bajo tortura, explicar qué posición adoptarán tras las elecciones. ¿Vale la pena acudir a las urnas sin saber si nuestro voto volverá a acabar en la basura?

Si no les importan los problemas de los españoles, no son útiles. Una gran abstención debería mandar a su casa a la generación que desde hace un lustro demuestra su incapacidad para alcanzar acuerdos.

Cuantos menos votemos, menos dinero ingresarán. Después de las elecciones del 28 de abril, cada partido cobró 0,81 euros por cada voto en el Congreso, con la condición de que al menos obtuviera un escaño. En el caso de la Cámara Alta, la subvención fue de 0,32 euros por sufragio obtenido por cada candidato que logra asiento en el Senado. En la nueva cita las cantidades se reducen a la mitad, pero el ahorro por la suma de papeletas no emitidas seguirá siendo notable. Aún podemos malgastar menos. Basta entrar en la página del Instituto Nacional de Estadística y rechazar el envío de papeletas. Decenas de miles de españoles ya han actuado.

Con la abstención demostraremos a Sánchez y compañía que los gurús electorales no buscan el bien del país. Creen que la política es Juego de tronos, la mera conquista de parcelas de poder por el placer de lograrlo. Embrutecen el noble arte consistente en solucionar los problemas de los ciudadanos. Lo hacen con teorías no siempre demostradas y con sondeos en la mano. Obvian que la izquierda se desmoviliza con más facilidad que la derecha (pregunten a Manuela Carmena). La encuesta no obliga a moverse. Es el encuestador quien busca al encuestado. Quizás Iván Redondo, el Rasputín del líder socialista, se lleve un chasco cuando finalice el recuento.

Por primera vez en democracia, la abstención no es solo un derecho. Es una opción con tanto o más contenido que los programas electorales de los partidos. No ir a votar es una clara amonestación. Quizás el mejor servicio que se puede prestar hoy a la democracia.