Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Norberto Alcover

En aquel tiempo

Norberto Alcover

El retorno de la ira

Cuando repaso hemerotecas digitales o en papel, uno de mis descansos preferidos, descubro que, hace años y para desgracia nuestra, España se dividió en dos Españas: una de izquierdas y otra de derechas, que primero se destrozaron dialécticamente, después se enfrentaron sin misericordia y más tarde fueron cubiertas por el doloroso manto de la dictadura. Nacido en el cuarenta, a medida que he crecido he descubierto por mí mismo la feroz realidad de lo leído pretérito, pero además de varios intentos de reconciliación posteriores, agrietados más recientemente por un espíritu vengativo y no menos por su correspondiente espíritu defensivo. De unos años a esta parte, pero sobre todo, en los últimos meses, esta confrontación ha alcanzado un nivel peligroso en palabras y en obras, aumentando por novedosas ideaciones no exentas de odio al adversario. Se extiende por España un deseo oscuro de eliminar al otro, convertido en despreciable enemigo a extinguir. Es así.

¿Cómo es posible que se gobierne con absoluto desenfreno, en aras de recuperar realidades que dábamos por superadas? ¿Cómo es posible que un trozo de España pretenda situarse por encima de los mandatos constitucionales? ¿Cómo es posible que reivindicaciones femeninas bastante aceptables, permitan su descarada ideologización y también su conversión en instrumentos de demolición política? ¿Cómo es posible que se mienta tan descaradamente, desde todos los sectores, a la derecha y a la izquierda, perdido en necesario centro, con tal de situar al enemigo en la charca más detestable? ¿Cómo es posible que se conceda más relevancia mediática a los perros que a los bebés? ¿Cómo es posible que el futuro aparezca sin auténticos valores éticos y morales, con la excusa de libertades absolutas? ¿Cómo es posible que la demolición de la trascendencia se ofrezca como su signo de democracia? Y mientras, los intelectuales de salón se pierden en discursos fantasmagóricos, vomitando su bilis en debates que solamente descubren su impotencia para respetar la verdad. Gritos, insultos, desprecios, egoísmos sin fronteras, un cúmulo de acciones y de conceptos barriobajeros y perversos. Hay excepciones, pero para nada interesan mediáticamente. Resulta que no son modélicas. Las admiro.

Pero es que, para colmo, los jóvenes entre 16 y 24 años ocupan el vértice de manifestaciones y agresiones, con toda certeza impulsados por ocultos adultos que, desde situaciones de poder familiares, educativas y mediáticas, los convierten en carne de cañón de sus objetivos. Chicos y chicas recorren calles y plazas como si la sociedad fuera solamente suya, esgrimiendo eslóganes y actitudes corporales que ni les honran ni son coherentes con su edad. Carne de cañón. Heridos para siempre por el odio prematuro, por la desvergüenza humillante y, sobre todo, por esperanzas discutibles. Según algunos interesados en tensionar todavía más este abuso de adolescentes y de jóvenes, cuánto peor mejor porque sabe muy bien que unos jóvenes conducidos al límite acabarán por saltárselo y entonces la sociedad no sabrá qué hacer con ellos. Quienes tal cosa hacen son bastardos sociales y además enemigos de la juventud y adolescencia. Saben lo que hacen y por lo tanto son responsables en cuanto inoculan en otros una y otra vez. El espíritu destructor.

Hay que parar esta nueva confrontación entre izquierda y derecha en España, que se transmite a todo cuanto venimos comentando. Hay que atreverse a ser contraculturales en todos los sentidos, sin temer la crítica despiadada de los que conducen y por supuesto toleran tanto despropósito. Sí callamos por "miedo social", detestable. Si aplaudimos por corrección política, más detestable. Si empujamos a nuevas generaciones al abismo, carezco de palabras. Nosotros, los adultos, que criticamos años de inducción nacional católica en España, carecemos de cualquier derecho a proclamar un nuevo tiempo de enfrentamiento y dominio de las conciencias desde otros extremos mortales. Estamos destruyendo una sociedad que hizo esfuerzos admirables por resurgir de sus cenizas, con todas las limitaciones que se quiera, y que necesita, eso sí, debatir su futuro mientras consigue nuevos horizontes democráticos, más allá de izquierdas y derechas en cuanto tales. Porque hablamos día y noche de diálogo y nadie está dispuesto a dialogar, mintiendo al pronunciar esta palabra clave en todo proceso realmente democrático.

Es el momento de defender valores solidarios desde la fraternidad, la compasión y la justicia. Solamente mientras tanto, surgirá la libertad constructiva. Cuando retorna la ira, la denuncia valiente y el abandono de la mentira son obligaciones ciudadanas insoslayables. Nosotros, los ya mayores, estamos citados para esta tarea tan costosa como necesaria.

Compartir el artículo

stats