Siendo una joven estudiante de periodismo, se empeñó mi madre en que nos acercáramos a hablar con un prohombre de la comunicación del momento, Manuel Martín Ferrand. "No seas tonta, que no perdemos nada". Ella había ganado un concurso de cocina en el que él era jurado con uno de sus platos estrella, patas de cerdo, y vio la ocasión perfecta para hacerle la envolvente gastronómica y conseguir un capotazo para que su niña pudiera iniciarse con unas prácticas en un medio de comunicación. Hechas las presentaciones, con ese tono grave de las estrellas de la radio, Martín Ferrand se giró y me dijo: "Tú lo que tienes que hacer es hacer las patas de cerdo tan buenas como tu madre y luego ya hablaremos". Nunca me han salido las patas de cerdo como a ella, pero afortunadamente nunca lo he necesitado para acceder a ninguna redacción.

Ha sido mucho el camino andado, desde aquellas mujeres que o se casaban o se iban monjas hasta esas madres y abuelas que tenían que pedir permiso paterno o marital para abrir un negocio o salir de viaje. Una mochila cargada de renuncias, de vivir por y para los otros, sin plantearse jamás ser una misma. Pero incluso en los tiempos más lúgubres, hubo mujeres de luz, pioneras que abrieron caminos, como las Pelvis en Mallorca. Muchas veces se sintieron solas, tratadas de chifladas y cosas peores. Con su firmeza y solvencia abrieron pequeños senderos que hoy son avenidas llenas de nuevas generaciones de jóvenes que se han plantado. No a la brecha salarial, no al techo de cristal, no a la violencia de género, no a tener miedo al volver a casa, no es no€ Mil razones o millones, si sumamos a todas las que no hemos conocido porque sus nombres y logros no fueron recogidos en los libros y a todas las que han asesinado, violado o maltratado por el mero hecho de ser mujeres.

El feminismo no se ha hecho un hueco, ha hecho un boquete en la agenda política, aunque sea para negarlo, para desnaturalizarlo, para pervertirlo, para manipularlo. Frente a los avances logrados en los últimos años, ha irrumpido con fuerza un pensamiento reaccionario alentado por fuerzas políticas conservadoras que se han dejado arrastrar por la involución de la ultraderecha. Sus predecesores decían 'antes roja que rota'. Ellos, 'antes rota que feminista'. Si el pasado 8 M fue el de la gran eclosión, este debería ser el de la consolidación. Toca plantar cara, defender lo conseguido, exigir lo pendiente y sobre todo, buscar transversalidad, sin ceder en lo esencial: que hombres y mujeres somos iguales, se pongan como se pongan.

*Subdirectora de Diario de Mallorca