Es difícil hablar del carácter de los mallorquines, especialmente en una sociedad que ha cambiado y que cambiará gracias a las personas que, desde hace décadas, llegan a la isla.
Viendo que esta gente se queda a vivir y que mayoritariamente se integra en la sociedad, me gusta presumir de mis conciudadanos, tanto por aquellos que provienen de otros territorios y echan raíces nuevas como por los que llevan generaciones viviendo en esta tierra.
A aquellos que no entiendo son los que desprecian a los mallorquines, ya sea por nuestra manera de ser o por nuestra manera de hablar. Nadie les obliga a quedarse en esta isla que tanto odian y no quieren entender. Simplemente, déjennos en paz.
El respecto a la idiosincrasia y a la lengua de un pueblo es fundamental para saber si delante de nosotros tenemos a una persona educada y respetuosa o, por el contrario, estamos delante de un energúmeno que se cree superior al resto de mortales.