Miles de mallorquines pasan a diario junto al chino de Oms. Dudo que alguien sea capaz de discernir si sufre o es feliz. Se le puede ver a las 9 y a las 19 horas. Bajo un sol de justicia o con un cielo gris. Con una temperatura de 10 o de 30 grados. Resulta difícil calcular si tiene 70 o 90 años. Permanece sentado durante maratonianas jornadas frente a uno de los negocios chinos que proliferan en la calle Oms. D&C Fashion se llama esta tienda en la que se encuentran desde zapatos carnavalescos hasta falditas de tul para colegialas. Planta una silla de plástico cerca de Can Vinagre y remata el asiento con un puñado de revistas gracias a las que eleva su posición y visión.

Quizás esta semana esté celebrando el año nuevo chino. Es el 4717 de la que será la primera potencia mundial antes de que finalicen su siglo o el nuestro. Acaban de entrar en el año del cerdo y, según la tradición oriental, reinarán la diversión, la alegría y la positividad. Motivos más que suficientes para festejarlo. Ojalá estas virtudes salpiquen nuestro país, sumido en una congoja y un histrionismo tan exagerados que parece que vivamos en el más desgraciado de los mundos.

El de Oms es el único chino al que sería capaz de identificar si me lo cruzara paseando por una calle distinta de Palma. Cuando observo su rostro imperturbable reflexiono sobre cuánto trabajo nos queda por conocernos más y, sobre todo, mejor. Hace unas semanas, a unos metros de la tienda del chino de Oms, se celebró el pregón alternativo de Sant Sebastià. Miles de jóvenes congregados en una neofiesta extraída del santoral y pasada por el laicismo que cabalga sobre el siglo XXI en Occidente. ¿Entendió algo de tanto jolgorio y desmadre? ¿Comprende por qué en Semana Santa miles de personas encapuchadas -que por un día olvidan el laicismo en expansión- le desalojan de la privilegiada atalaya desde la que observa a diario el paso de residentes y turistas?

En Balears viven unos cinco mil chinos. También tenemos un puñado de jóvenes que llegaron a las islas siendo niñas o niños, adoptados por padres mallorquines. Algunos ni siquiera hablan el idioma del lugar donde nacieron y cuando visitan un restaurante de rollitos de primavera y sopa de aleta de tiburón deben explicar que no entienden el mandarín.

Los chinos empezaron en el negocio de la restauración, hoy regentan tiendas y han abierto despachos de abogados. También trabajan en el mercado inmobiliario y en el turístico. Siempre se les ha tenido por una sociedad cerrada a la que se han adjudicado leyendas urbanas a cual más disparatada, como la de que nunca había muertos porque eran reemplazados por otros que aprovechaban su documentación.

Desde hace unos años, los líderes de la comunidad china han decidido romper barreras. Con esta finalidad organizan las fiestas de su año nuevo en el barrio de Pere Garau, actos abiertos a todos los mallorquines y en los que maridan algunas de sus costumbres milenarias con otras propias de la isla.

El mundo y Mallorca serán en el futuro multiculturales y multirraciales o no serán. Por mucho que les pese a "brexiteros", "voxeros" y demás nacionalistas sectarios, las fronteras son rayas arbitrarias puestas por la historia, que la historia seguirá modificando. Si el tiempo logra borrarlas o difuminarlas, quizás yo entienda mejor al chino de la calle Oms y él me comprenda a mí.