Hay que pensar que seguramente el resto de ciudadanos europeos estarán mirando con curiosidad o estupor el proceso que se está dando en Cataluña desde hace unos días. Y ello no tanto por el hecho de que otras comunidades en Europa, como los flamencos en Bélgica, los escoceses en Reino Unido, los Corsos en Francia o los bávaros en Alemania pueden tomar como modelo a seguir el proceso catalán; sino, igualmente, porque desde ciudades como Duisburg en Alemania, Blackburn en Reino Unido o Marsella en Francia, por citar algunos casos relevantes, donde casi ya la mitad de la población es musulmana, seguramente se esté tomando buena nota de lo fácil que es pillar al Estado constitucional moderno por sorpresa y de su debilidad frente a un proceso de este tipo, apoyado con algarabía desde la calle y con ayuda de los "chicos de la porra". A ciencia cierta también estos nuevos colectivos de Europa estén interesados en que el proceso del 1 de octubre salga bien, a fin de ir preparándose y organizándose para en el futuro (buscando incluso ayuda de países islámicos) llegar a la realización de un referéndum saltándose la Constitución y la ley, que venga a preguntar a la población de un pequeño territorio si prefiere seguir siendo parte del Estado o si, a mayor preferencia y gusto, quiere constituir una ciudad libre o, incluso mejor, un nuevo Estado más acorde a los postulados religiosos de la nueva mayoría. Realmente, como se está viendo estos días en Cataluña, es muy fácil, solamente hay que empezar a dar la barrila desde ya, ceñir y cerrar la participación a un territorio bien delimitado por el número de afectos, a pesar de que los efectos del mismo se expanden más allá, decir que con la mitad de los votos la cosa está ganada y, antes o después, por efecto de la propaganda, el alboroto en la calle y de las bondades democráticas -supuestamente indiscutibles- del referéndum, caerá el derecho a tener un Estado a gusto de los promotores como fruta madura.

Esta hipótesis altamente posible de que observadores de nuevas casi-mayorías en Europa (en particular, político-religiosas) estén observando el proceso catalán con el mayor interés, cara a su posterior reproducción en un futuro en otros países de Europa, puede tomar posiblemente realidad a corto plazo, más cuando se pronostica que, para el año 2020 la población musulmana, por ejemplo, en Alemania, parece que puede llegar a superar los veinte millones de personas.

En particular Alemania, por tanto, puede tener bastantes problemas a corto plazo en este sentido, sobre todo si tenemos en cuenta el precedente del referéndum de abril de 2017, en el que Alemania permitió la votación de la población turca sobre el cambio de Turquía en un régimen presidencialista y sobre si Erdogan debía ser a la vez jefe de Estado y de Gobierno. En este caso, finalmente, Alemania, como consecuencia del importante número de ciudadanos de origen turco y las presiones diplomáticas y en los medios de Erdogan, se vio de alguna forma compelida a autorizar el referéndum en su propio territorio sobre una cuestión no interna y, más allá de los consulados y embajadas, habilitar colegios electorales en distintas ciudades para la jornada referendaria.

Este peligro -a saber, la factibilidad de la utilización del proceso catalán como modelo para futuras jornadas referendarias en Europa por parte de nuevas mayorías políticas y religiosas- es un hecho que debía ser puesto sobre la mesa como un peligro a corto plazo en otros países europeos, no solamente para España, en particular en países que, como Alemania, Francia o Reino Unido, tienen de hecho ya de hecho en algunas ciudades con casi mayorías de ciudadanos musulmanes. Veremos entonces cómo actúa Cataluña, si es que para entonces ha llegado a conseguir su propio Estado. Imaginamos que, llegados a ese caso, permitirá dócilmente la realización del referéndum para la conversión en Estado musulmán del Prat del Llobregat o de Viladecans. Es la regla sagrada de la democracia directa.

*Profesor de Derecho Constitucional en la UIB