Acabo de escuchar la Sinfonía nº 7 de Shostakovich San Petersburgo, iniciada en 1941 durante el sitio de Leningrado, cuando el lector acabe con mis líneas entenderá el porqué; con ese trasfondo y con un viaje a la ciudad homónima a mis espaldas, escribo. Sin embargo, ni es de Rusia ni de la rusificación de lo que quiero hablar, sino de Bearn. Recordarán que en la novela de Lorenzo Villalonga Doña Antonia le pide a «Toniet», masón y librepensador, que queme unos libros de Voltaire por el bien se su alma. Don Toni de Bearn obedece a su mujer y seguro que el Tratado de la tolerancia de Voltaire fue a parar a las llamas purificadoras. La cuestión no es irrelevante. Villalonga, que conocía tan bien el alma mallorquina como Dostoievski el espíritu ruso, retrató a la perfección el ánimo de una beata inquisitorial mallorquina. La pregunta que me formulo es ¿quiénes son hoy estas beatas? Tengo muchos candidatos de uno y otro sexo, en cualquier caso los definiría como personas tendentes a una mentalidad categórica, dicotómica y monolítica en la que la verdad y la justicia ya ha sido revelada de una vez por todas; todos ellos han bajado con las tablas de la Ley del monte Sinaí. Hoy Mallorca, más que nunca, parece un gran beaterio pseudoprogresista con tintes totalitarios. Y mientras esto me pregunto, hago memoria: hace nada aparecía en prensa la noticia de unos profesores correctores de selectividad que habían presentado su dimisión como tales porque se permitía a los alumnos elegir la lengua en la que debían leer su examen de ingreso. Igualmente el Departamento de Filología catalana transmite a los medios su enojo por la misma razón amparándose en que para qué tienen que poder elegir los alumnos si es obvio que saben catalán. La respuesta es fácil y suena un tanto a Stalin ante un perplejo Fernando de los Ríos. Cuando el ilustre catedrático le señaló a Stalin que los rusos no eran libres, éste respondo con una pregunta como "¿libertad, para qué?" a lo que el otro, masón que acabó sus días en la New School del infierno capitalista de Nueva York donde parece ser que el socialista no revolucionario pudo respirar algo de libertad, dijo "pues para ser libres". Ahí tenemos la gran pérdida de la biblioteca de Don Toni de Bearn que pudo prescindir del Tratado de la Tolerancia de Voltaire, también masón como él y, de paso, debió lanzar a las llamas el de Locke. Es lo que tiene vivir en un país tan libre. Lo mismo puede decirse del discurso más propio de un falangista de tercera del señor Presidente de la OCB. Como dice Don Toni, cuantos más libros se queman en Bearn, más se editan en París, y es verdad. Me contaba un buen amigo checo que en ese mismo congreso de San Petersburgo al que yo había acudido a presentar una comunicación sobre Zambrano y la Europa de Comenius, se había encontrado con una eslavista rusa que hablaba el checo a la perfección. Ésta le dijo que "Rusia es el país más democrático del mundo porque uno puede decir lo que quiera". A diferencia del padre Bochenski, yo no tengo como afición académica la sovietología, sino el protocolo universitario, pues soy más frívolo, aunque al polaco le gustaran los coches, las motos y las avionetas que, con buen juicio, sus superiores le prohibieron pilotar, de cualquier modo, tenía muy claro que en Rusia había un régimen y no era cuestión sólo de rezar "por la conversión de Rusia". El caso es que todos nos hemos reído pensando en Putin y el estado cuasi totalitario en el que viven estos rusos. Sin embargo, pensándolo bien, la situación de España con una ley mordaza impulsada por la derecha reaccionaria o con unos intolerantes que ponen el grito en el cielo ante la posibilidad de leer en un idioma compartido por 600 millones de hablantes, realmente asusta. La intolerancia, es decir la ignorancia de lo que Don Toni de Bearn quemó, se ceba en partidos pretendidamente progresistas. La pregunta es ¿progreso a dónde? Al Gulag, sin duda, a la historia pasada del s. XX, porque no comprender lo que ha pasado es condenarse a repetirlo y estamos cultivando el mismo tipo de actitudes que se dieron antes del advenimiento de los totalitarismos que han caracterizado al pasado siglo XX, nacionalcatolicismo incluido, quizás hoy ya con una mutada "formació de l'esperit nacional". Movimientos populistas, nacionalismos, políticas liberadoras que esclavizan, nada nuevo bajo el sol. Pensar que la democracia y el estado de derecho son bienes sólidos es un gran error, son logros muy frágiles que, sin una adecuada cultura democrática, desaparecen rápidamente y se tarda décadas en volver al nivel anterior. La democracia no es meramente un proceso formal en el que se asume la regla de las mayorías, sino el resultado que permite asumir esa misma regla tras un proceso deliberativo para el que es necesaria una ciudadanía cultivada, activa y plural. Me temo que pese a los intentos de prolongar la educación media hasta los dieciséis años, el resultado no ha sido el esperado. La pregunta siempre es cómo fue posible, la respuesta no es sólo apelando a un clima de anomia social, sino al silencio de quien pudo hablar, o a la culpabilidad de quienes mandaron callar o no se pronunciaron.

Don Toni de Bearn era un librepensador, pero se quedó ahí, en Bearn, sin salir y acatando a regañadientes las órdenes de su mujer. ¿Era imposible el cambio en una Mallorca atemporal porque ni siquiera había entrado en la Historia? ¿Lo intentó o simplemente se dedicó a pasar el rato jugando a la masonería? Ríanse, pero la Rusia cuasi totalitaria no está tan lejos con gente así. ¿Acaso hay alguien que quiera ser esclavo o vivir en estado de sitio? Mientras tanto escuchen a Shostakovich y, por favor, piensen en las circunstancias de las que emanan las creaciones del espíritu.

* Profesor contratado Doctor en Filosofía en la UIB