El biólogo Yoshinoro Ohsumi, profesor honorario en el Instituto de Tecnología de Tokio, ha ganado el premio Nobel 2016 en Fisiología y Medicina, por sus descubrimientos sobre los mecanismos de autofagia y recambio celular. Es decir, los procesos a través de los cuales nuestras células "reciclan" sus componentes caducados, tales como las proteínas o en general otros materiales que se van desgastando por el propio funcionamiento o por deterioros que se producen de forma más acelerada por efecto de infecciones, tóxicos u otros agentes estresantes, continuamente a lo largo de toda la vida.

Este reciclaje permite mantener la funcionalidad de nuestras células, tejidos y órganos, destruyendo los materiales deteriorados, troceándolos en fragmentos pequeños que, ya limpios de toda alteración, se vuelven a emplear para reconstruir otra vez todo. Se trata de mecanismos bioquímicos esenciales para el mantenimiento de la salud y, por ejemplo, su desregulación se asocia a la pérdida de efectividad de los tratamientos con quimioterapia en diversos tipos de cáncer o a alteraciones en los procesos de agregación de proteína b-amiloide en la enfermedad de Alzheimer.

Está claro que los estudios de Ohsumi han sido pioneros para entender la autofagia y hoy son evidentes sus aplicaciones en medicina, a partir de una fructífera tarea de investigación básica, en un terreno central de la biología: descubrió los genes que regulan la autofagia en levaduras y luego extendió el conocimiento a lo que ocurre en las células humanas. Siempre queda mucho por aprender pero las implicaciones de esta línea de investigación son enormes, no sólo a partir de las aplicaciones prácticas que se deducen a corto o medio plazo, sino por lo que ayuda a entender las reglas a las que se refiere el mismo premiado cuando precisa: "siempre hay un delicado equilibrio entre descomposición y formación; en eso consiste la vida". Se refiere a un equilibrio dinámico que, como saben nuestros alumnos de ciencias y medicina, nos mantiene separados de la estabilidad mortal que supone alcanzar el equilibrio químico en nuestro cerebro. A partir de este momento ya no jugamos más. Sin duda es un premio bien merecido.

Pero destaquemos también aquí a otro de los científicos mencionados para estos grandes reconocimientos, Francisco (Francis) Mojica (Universidad de Alicante) que no ha ganado en esta ocasión pero cuenta con méritos que le posicionan de cara al futuro, al haber identificado allá en los años 90, las secuencias repetidas del ADN que hoy se denominan CRISPR y que, junto a un conjunto de genes denominados CAS, resultan ser esenciales en el funcionamiento de la inmunidad, inicialmente revelada en bacterias, al permitir guardar, insertados en su ADN, fragmentos seleccionados del material genético de los virus invasores y tener preparada así una respuesta defensiva ante nuevos intentos de agresión.

Pero incluso más allá de la importancia para el conocimiento de como funcionan muchas respuestas inmunológicas, y que ya podamos entender, al menos en parte, como nuestro organismo puede guardar y aprovechar en nuestra defensa la información de virus u otros agentes que nos resultan ajenos, el conocimiento de CRISP-CAS ha abierto la puerta a una nueva metodología, desarrollada principalmente por las investigadoras en microbiología y bioquímica, Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna (acreditadas con el premio Princesa de Asturias). Así, se han sentado las bases de nuevas tecnologías para la corrección de nuestro genoma de forma que, en teoría y ya en la práctica en casos sencillos, resulta posible escribir o reescribir casi todo en nuestro ADN, cambiando selectivamente el relato de los genes que nos puedan interesar, corrigiendo genes defectuosos o, dicho de otro modo, alterando el orden de las letras que los definen, adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T) o insertando entre ellas o eliminando las letras que nos interesen.

Y ello se nos presenta factible, con una precisión elevadísima y a unos costes económicos bajos. No estamos en un supuesto de ciencia-ficción: si no lo llevamos escrito en nuestro ADN o si no podemos soportar o conformarnos con lo que llevamos escrito, lo podremos reescribir. ¿Y porqué, más allá de asentir no invertimos más recursos en la investigación científica?

* Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular de la UIB e investigador del Centro de Investigación Biomédica en Red de la Fisiopatología de la Obesidad y Nutrición (CIBEROBN)