Leí con atención en estas páginas el artículo firmado por un grupo de militantes, simpatizantes y votantes del PSOE en Balears, solicitando a la dirección nacional de ese partido que de ninguna de las maneras permitan un gobierno del Partido Popular. Ni por acción, votando a favor, ni por omisión, absteniéndose en la sesión de investidura. Lo he repasado varias veces antes de escribir esta columna, porque conozco a alguno de sus firmantes y me merecen todo el respeto, no sólo personal, sino intelectual. Precisamente por esto último me han sorprendido la radicalidad del planteamiento general, sobre todo en lo que se refiere a la interpretación de los resultados electorales y a la motivación del voto. La aritmética es importante en una sistema parlamentario, pero la literalidad de determinados argumentos, seguro que sin pretenderlo, va tan lejos que llega a pervertir el sentido de la democracia, o más exactamente, dificulta hasta límites casi imposibles la utilidad del sistema a la hora de conformar gobiernos mínimamente estables.

Para empezar, parece razonable pensar que muchos de los motivos por los que cinco millones y medio de votantes han confiado en el PSOE pueden ser compartidos por una mayoría de los ocho millones de votantes del PP. Promover la igualdad, reducir la marginación, potenciar la cohesión social, modernizar el tejido productivo, regenerar el entramado institucional, generar bienestar colectivo€ la diferencia está, obviamente, en el camino y las políticas para alcanzar esos objetivos. Negar esto es concluir que los ciudadanos que no votan al PSOE persiguen otros objetivos, por supuesto menos nobles que los citados. Este planteamiento es devastador para la convivencia democrática entre personas que piensan distinto, y que por tanto se decantan por otras opciones políticas. Pero la realidad y el día a día de los ciudadanos demuestra que esa discrepancia no es total, ni puede serlo nunca en las sociedades desarrolladas, en las que una amplia mayoría social se califica a sí misma como moderada.

Las cosas se complican cuando triunfan las ocurrencias. Una de las que han causado furor en los últimos tiempos es la que dice que las elecciones las gana el que consigue gobernar. Esta perversión del lenguaje, en un asunto tan serio, lleva a graves confusiones. Las elecciones las gana el que obtiene más votos, o más escaños „aquí la interpretación se hace a conveniencia„ lo cual no significa que en un sistema parlamentario esa circunstancia sea suficiente para gobernar, porque resulta necesario conseguir una mayoría de apoyos en la cámara legislativa. Pero negar que el partido más votado gana las elecciones, como se ha venido haciendo cuando las mayorías simples han sido del PP, supone reducir esa circunstancia a una mera cuestión de turno a la hora de intentar una investidura. Negar un valor cualitativo „no sólo cuantitativo„ a obtener 52 escaños más que el segundo partido más votado es algo tan absurdo que ahora llegan las contradicciones. Una parte del PSOE quiere constituirse en una oposición fuerte y eficaz€ sin que haya gobierno.

No asumir la realidad implica con frecuencia adentrarse en el terreno del estrambote. Yo comprendo que cada uno se mire su ombligo y esté en su problema particular para conservar el gobierno autonómico de turno, pero conviene no sobrepasar algunos límites por respeto a la historia de los partidos y al compromiso de los votantes, justo lo que reclaman los defensores del "no es no, antes muertos que Rajoy Presidente". Francina Armengol ha declarado que PSOE y PP son como agua y aceite, y yo me pregunto en qué país vive nuestra Presidenta. Una cosa es buscar el aplauso de tus socios de gobierno en Balears y obtener el piropo del más listo de la clase de Podemos, Iñigo Errejón. Pero si de verdad quieres jugar a estadista de talla durante esos minutos de gloria mediática nacional conviene no incurrir en la extravagancia.

En los últimos treinta años los dos grandes partidos han pactado decenas de leyes orgánicas referidas a nimiedades como el sistema sanitario, la financiación de partidos, la violencia de genero, la reforma de los Estatutos de Autonomía „a excepción del último de Cataluña, bajo el argumento de Zapatero de que el PP tenía pocos votos en esa comunidad, con las consecuencias ya conocidas„, la protección de datos de carácter personal, la libertad sindical, el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional, el régimen electoral, la iniciativa popular, la adhesión a los tratados europeos, el Consejo de Estado, el Pacto de Toledo para garantizar las pensiones€ Sin embargo, Armengol considera que los cinco millones y medio de votantes de su partido en España tienen más objetivos comunes con los seiscientos mil de Esquerra Republicana de Catalunya, por ejemplo, que con los ocho millones de PP. Ya digo que cada uno tiene derecho a cuidar de su cortijo como crea conveniente, pero también la obligación de analizar si esa estrategia de presentar al PP como un partido votado por millones de hooligans de la derecha más reaccionaria con los que es imposible ponerse de acuerdo en nada le está dando resultados para presentarse como alternativa mayoritaria de gobierno, y no sólo de la izquierda.