En tiempos de información masiva, invasiva e inmediata, es lícito preguntarse por la utilidad de los debates electorales que proliferarán en un par de semanas. Efectivamente, puede parecer un método algo anacrónico. Sin embargo, a pesar de la fluidez con que circulan las opiniones por la red, algo debe tener el viejo formato del debate tangible cuando pone en defcon 1 a los asesores de imagen, esos profesionales cuya misión es mostrarnos a los candidatos no como son, sino como deberían ser, es decir, expertos en disimulo. Ello es factible mediante la propaganda y el uso de las redes sociales, pero en un debate, tras los primeros escarceos dialécticos empiezan a caerse los velos y se nos muestra la auténtica piel del candidato. De ahí la inquietud y desconfianza que se genera en el círculo protector de consejeros y expertos en marketing electoral cuando se invita al candidato a contrastar su programa en directo y con público, en el ágora, como es el caso del Club Diario de Mallorca. Lejos de la confortable propaganda.

Si el debate y el contraste civilizado de ideas se percibe como un riesgo a evitar es que todavía no se ha entendido porqué la política, el servicio a la res publica, es el oficio más honorable al que puede dedicarse una persona y que la obliga, por tanto, a ejercer en todo momento la pedagogía cívica, a mantener una actitud y comportamiento ejemplar ante una ciudadanía cuya soberanía representa. La política es un fin noble en sí mismo, no un medio para alcanzar objetivos que no sean el progreso material e intelectual de la sociedad.

El respeto a los electores y a los rivales políticos es una premisa que los pretendientes a representarnos deberían mantener tanto en el fondo como en la forma. En cuanto al fondo, por favor, no nos tomen por tontos con gestos, propuestas o estrategias pueriles. Intenten pensar en la próxima generación más que en las próximas elecciones. Y en la forma, háganlo sin insultos ni descalificaciones, explicando su programa y respondiendo con la máxima claridad a las cuestiones que se planteen. Úsennos como un fin, no como un medio. A la manera kantiana.

Es hora de elevar el listón, de recuperar el prestigio perdido de la política, es hora de dignificarla, porque de no hacerlo lo que está en juego es la democracia misma. Ahora bien, la ciudadanía no puede pretender de los políticos una ética que en ocasiones también le es ajena ¡Ay, la telebasura! No nos eximamos de lo que con todo derecho exigimos a los políticos. Al fin y al cabo, son producto de nuestra ¿sopesada? elección y del nivel en que tengamos situado nuestro propio listón.

* Director del Club Diario de Mallorca