Las relaciones con Rusia se han complicado mucho en los últimos meses a pesar de algunos gestos positivos en relación con las ventas de gas a Ucrania, pero que son engañosos porque la primera interesada en vender gas es Rusia, que depende de estas exportaciones para obtener las divisas y la tecnología que necesita para seguir exportando en un contexto que se le complica por el bajo precio del petróleo (80 dólares/barril). Para reducir esta dependencia con Europa, Rusia ha firmado un acuerdo a largo plazo para vender gas a China por valor de 300.000 millones de euros, pero eso exige construir gasoductos y llevará años. Por su parte, también Europa necesitaba el acuerdo para no pasar frío este invierno que ya llama a las puertas. Es lo que se llama una mutua dependencia, de la que las dos partes desean liberarse. Pero a corto plazo eso no es posible y por eso el FMI y Europa han ayudado a Ucrania a pagar sus deudas y a desbloquear momentáneamente el contencioso. Solo momentáneamente porque las últimas noticias sobre entrada de tanques Leopard rusos en Donetsk no pueden ser más desalentadoras.

Porque aunque se haya quitado la espoleta a esta crisis, la tensión sigue muy alta tanto en el este de Ucrania, donde continúa habiendo enfrentamientos esporádicos, como en otros frentes donde la posición rusa y la nuestra están muy distantes. La Rusia de Putin quiere ser tratada por EEUU y Europa como la gran potencia que ya no es y al no conseguirlo se ha lanzado por una peligrosa senda nacionalista que pretende recobrar el esplendor y el estatuto internacional de la vieja URSS. La consecuencia son los conflictos abiertos en Transnistria (Moldova), Abjacia y Osetia (Georgia), Kosovo (donde la postura rusa coincide con la de España y otros cinco miembros de la UE), Nagorno Karabaj (Azerbaiján), Crimea y el este de Ucrania (Donetsk y Lugansk). Putin ha llegado a rescatar un término nacionalista decimonónico para referirse a Novorossía, esto es, aquellos territorios de habla rusa sobre los que pretende un derecho de supervisión o algo más y que es inaceptable porque pone patas para arriba todo el orden territorial heredado de aquella gran carnicería que se llamó la Segunda Guerra Mundial y que, como recordarán, comenzó también por disputas territoriales en los Sudetes. También tenemos otros desacuerdos importantes en asuntos como derechos humanos, ciberterrorismo y control de armamentos.

Hay quien habla de nueva Guerra Fría y se equivoca. Esto no es una guerra fría al menos por tres razones: porque Rusia ya no es una superpotencia por mucho pecho que saque Putin, porque Rusia ha abandonado el comunismo y ya no es un enemigo ideológico y porque, como consecuencia de lo anterior, ya no vivimos en un mundo bipolar sino multipolar. Pero que no haya guerra fría no quiere decir que no haya tensiones y provocaciones como el trágico derribo del vuelo MH-17 de Malaysian Airways por misiles rusos (¿quién disparó un arma tan sofisticada?), o los más recientes avistamientos de submarinos nucleares en el Báltico y los sobrevuelos de aviones militares rusos por los cielos europeos, algunos de los cuales llegaron hasta Portugal. También se han multiplicado los ataques cibernéticos. No son tonterías. Por eso Obama dijo en la ONU que Rusia es una amenaza solo inferior al ébola y al Estado Islámico y el primer ministro Medvedev, habitualmente moderado, contestó con lenguaje poco diplomático que eso era una "estupidez", lo que da idea de cómo está el patio a ambos lados del Atlántico. Las sanciones impuestas por los EEUU y la UE a Rusia (bancarias, armamento, energía) están haciendo mucho daño a la economía e irritan profundamente al Kremlin y este es un ámbito donde los americanos pueden permitirse ser más duros que los europeos pues para ellos Rusia es un problema estratégico y para nosotros es eso y además es un problema de vecindad, algo que nos hace ver las cosas más matizadamente. Por ejemplo en relación con el gas.

Necesitamos entendernos con Rusia y hemos fallado al no lograr integrarla como un socio constructivo en la nueva geopolítica mundial que ha sucedido a la caída del Muro de Berlín y a la desaparición de la URSS. Moscú se siente acosado por Occidente, tiene la impresión de que la OTAN estrecha el cerco en su torno y no se resiste a no ser ya una gran potencia. Esto provoca una paranoia que estimula el nacionalismo y la huída hacia adelante...con réditos electorales para Putin. La tentación para él hoy es acercarse a China pero eso también tiene riesgos (a ello dedicaré un próximo artículo) y por eso lo más sensato (pero no sé si lo más probable) es que no lleve más lejos su provocación en Ucrania. Con ello alejaría la amenaza de otras sanciones que le dificulten aún más el acceso a la financiación y a la tecnología que precisa, evita caer en la órbita de China y puede mantener dentro de casa un lenguaje nacionalista que satisface a una opinión pública frustrada por su pérdida mundial de influencia. Una estrategia, en definitiva, bastante conservadora que por nuestra parte sería inteligente responder dándole garantías de seguridad desde la OTAN, como sería ofrecerle un nuevo marco de relaciones que reconozca su importancia como país y calme su paranoia de seguridad, sin ceder en la cuestión esencial de permitirle rediseñar las fronteras europeas pues eso entraña riesgos inaceptables para todos. Lo que se llama una auténtica línea roja.