Una baja laboral siempre significa un trastorno. Es, cuando menos, una dolencia para quien la padece en sus propias carnes y un desequilibrio para la empresa que se ve obligada a prescindir de su asalariado. Lo es, sobre todo, en estos tiempos de plantillas bajo mínimos en los que, tanto en el sector privado como público, un trabajador vale por dos y su nómina permanece presa de un poder adquisitivo menguante.

Existen aún algunos sectores profesionales en los que, por su efecto sensible y vital dentro del entramado social, las bajas laborales comportan un mayor vuelco asistencial y evidencian una falta de recursos, a pesar de haber sido sobradamente denunciada y escasamente paliada. Uno de ellos es, sin duda alguna, el de la sanidad pública.

En los últimos días han quedado bien patentes, hasta el cierre parcial de algunos dispensarios, las carencias de personal del servicio de Atención Primaria del Ib-Salut. La sanidad pública de Balears dispone, en su conjunto, de 14.300 asalariados.

Con todo lo antedicho, no deja de impactar la constatación de que el propio Ib-Salut, una vez confirmados los datos alcanzados hasta el mes de septiembre, tiene para este año una previsión de incremento del 30% en las bajas laborales. Significa, ni más ni menos, la pérdida de 300.000 jornadas de trabajo y la vuelta a los niveles de 2011. El paréntesis que supuso 2012, año en que la ausencia del trabajo por enfermedad se redujo un 31,51%, se explica por la obligatoriedad de presentar entonces un justificante por faltar al trabajo un sólo día, cuando se destapa la dolencia y tienes la necesidad imperiosa de acudir al médico. Este trámite fue suprimido al poco tiempo de ser implantado. Su pretendido efecto disuasorio se tradujo también en una mayor presencia de sanitarios impedidos por enfermedad en su lugar de trabajo. Era una pura contradicción el comprobar que, quien debía curar por imperativo profesional, también estaba enfermo.

Desde entonces, una vez extinguido el justificante diario, las bajas se han vuelto a disparar, pero también se han incrementado las inspecciones que las supervisan y procuran contrarrestarlas. De todos modos con el panorama y los cambios descritos, sería interesante interpelarse sobre el por qué proliferan tanto las bajas laborales en hospitales y centros de atención primaria.

Entonces, con toda probabilidad, afloraría un hábitat de tensión, de carencia de recursos y de presión administrativa y social que en nada contribuyen a la salud laboral. Por esta vía se podría alcanzar, sin excesivos esfuerzos, la fácil conclusión de que, antes que en el justificante de ausencia o en la inspección reiterada, la medicina adecuada está en la prevención. Prevenir es curar por adelantado, como es sabido, y también acaba resultando mucho más barato, pero para hacerlo hay que disponer de los medios adecuados y de la convicción imprescindible para hacerlo. Siempre habrá bajas laborales inevitables, fruto de la propia naturaleza humana, pero otras, sujetas a la circunstancia del momento, deben afrontarse cuando se ven venir de lejos.