Como en los partidos de fútbol que terminan en empate, todos contentos: el presidente Mas porque ha conseguido la foto deseada metiendo la papeleta en la urna „la única fotografía capaz de salvarle la cabeza„; el presidente Rajoy porque éstas, las urnas, eran de cartón como mejor prueba de que se trataba de un referéndum de andar por casa; Esquerra Republicana de Catalunya porque dos millones de personas se prestaron a la pantomima de la votación de independencia y, de ellas, casi el 90% dijeron que sí, que querían un Estado propio; los ciudadanos de dentro y fuera de Cataluña porque no hubo incidente alguno de los que se tenía que se pudieran producir pese a que algunos pirómanos „UPyD„ intentaron que los jueces obligasen a los mossos d´esquadra a impedir el acceso a los pseudocolegios electorales. Pero más allá de esas alegrías un tanto impostadas „salvo la última„ sigue en pie la pregunta que todos nos hacemos. ¿Y ahora, qué?

Las respuestas son interesadas donde las haya. Es verdad que un número ingente de catalanes se han pronunciado a favor de la independencia pero las circunstancias de la votación, incluyendo una doble pregunta y un procedimiento de voto que han configurado algo digno de una república bananera „la calificación no es mía; ha corrido por la prensa catalana„, minimizan un tanto el peso de ese resultado. ¿Qué habría sucedido si la encuesta popular se hubiese organizado desde el Gobierno del reino, con carácter de referéndum y con una pregunta clara: quiere la independencia para Cataluña, con dos únicas posibilidades de respuesta, sí o no? Lo peor de la jornada del domingo es que no sirve para saber cuál habría sido resultado en ese caso. Artur Mas ha advertido de inmediato que ahora viene el referéndum de verdad. Pero no nos ha dicho por qué camino.

Que se sepa, sólo hay dos vías: la escocesa, cuyos precedentes tanto en el norte del Reino Unido como en Canadá advierten acerca de lo difícil que es ganar la independencia en las urnas, o las elecciones soberanistas que permitirían saltarse incluso la consulta con el argumento de que si un partido o una coalición se presentan con un programa de un único punto, el de una declaración unilateral de independencia, y ganan con mayoría absoluta el referéndum es innecesario. Ni que decir tiene que las consecuencias de una decisión como ésa son hoy por hoy tan temibles como difíciles de imaginar.

Por suerte queda una alternativa aún sobre la mesa: la de dar por liquidado el pacto que permitió la transición desde el franquismo a la democracia y alcanzar otro, llámese federalista o como se quiera, que aclare lo que entonces se ocultó: el encaje de las distintas partes de España, tan diversas, en un Estado común. Tampoco estaría mal un referéndum en todo el país con la pregunta acerca de si esa solución es deseable. Pero para alcanzarla, con encuesta o no, es imprescindible que quienes hasta ahora se han negado a negociar lo hagan. Y queda muy poco tiempo para lograrlo.