El contagio del ébola por parte de la enfermera Teresa Romero, una de las profesionales que atendieron a los dos misioneros repatriados y fallecidos en el Hospital Carlos III de Madrid, ha creado una verdadera crisis de gestión sanitaria y de confianza entre la población. Ante situaciones tan delicadas resulta primordial estar a la altura de las circunstancias y saber reaccionar con eficacia y profesionalidad, sin minimizar la gravedad del problema, pero tampoco creando falsos alarmismos que distorsionan las cosas.

En circunstancias así, nada resulta más contraproducente que sembrar el miedo. Tan nefasto es caer en el amarillismo como amagar informaciones con unos comportamientos equívocos que, cuando se detectan, no hacen más que generar alarma social.

Lo ocurrido esta semana demuestra que las repatriaciones de los misioneros españoles se hicieron con buena voluntad y sentido humanitario, pero no con toda la preparación y los medios necesarios para enfrentarse a un virus como el ébola, letal en un alto porcentaje de los enfermos. No se trata sólo de si hubo o no un error humano al desprenderse de la vestimenta protectora, o de hechos objetivos como que la enferma se presentase en Urgencias del hospital de Alcorcón sin decir a los médicos que la atendieron que había estado implicada en la atención a una de las víctimas mortales. Más allá de la terrible circunstancia personal, lo que parece es que, quizá de forma inconsciente, por error en la gestión o por exceso de confianza, se había infravalorado la capacidad real de contagio del ébola y los profesionales del Carlos III de Madrid, transformado en hospital de referencia para el caso, no habían recibido la formación óptima ni se habían diseñado los exigentes protocolos que debe implicar una alerta de este tipo.

Cinco días después de que se reconociera la existencia de la enfermedad, el presidente del Gobierno ha comparecido insistiendo en que los riesgos de contagio son muy bajos y además se ha anunciado la creación de un comité especial encabezado por la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, desplazando a la cuestionadísima ministra Mato. Los consejeros autonómicos de Sanidad han sido llamados a Madrid para revisar y actualizar los protocolos de actuación.

En cuanto a los hospitales mallorquines, han sido provistos de una considerable cantidad de trajes de protección en previsión de que deban afrontar algún caso del virus y se han ampliado los cursos de formación, que venían siendo objetivamente insuficientes para una circunstancia en la que cualquier error se puede pagar con la vida . La reacción global ha sido demasiado improvisada y con equivocaciones y contradicciones que tienen un impacto tremendo entre la población.

Afrontar y vencer el ébola no es fácil y supone un tremendo coste personal para los profesionales que deben estar en primera línea de combate. Pero, como también se ha demostrado, es posible eliminarlo, sobre todo cuando el paciente no tiene patologías añadidas y está en condiciones de adquirir inmunidad frente a él.

Ahora lo sustancial es no frivolizar y actuar con profesionalidad, porque la situación continúa siendo delicada y si no se actúa bajo estos parámetros, todo se puede volver a desbaratar en cualquier momento. El rigor y la prevención es especialmente importante en lugares de constantes movimientos de población como Balears, donde cualquier indicio de conato de ébola podría tener unos efectos devastadores para la industria turística del archipiélago y, en consecuencia, para el conjunto de su economía. La supervisión y la vigilancia deben ser constantes en beneficio de la salud individual de las personas, también del bienestar colectivo y de la salvaguarda de los intereses económicos de estas islas.