El próximo miércoles se pone el tema sobre el tapete para tratarlo en su complejidad; tanta, que la prevención, para una causalidad múltiple y final que nadie salvo el suicida podría tal vez justificar, se antoja poco menos que imposible en cuanto a una decisión que no es extrapolable ni siquiera homologando centenares de variables.

Ojalá pudiésemos, de conocer el desenlace con anticipación, disponer de una alternativa al asesinato que es cualquier muerte: natural -y no existen las llamadas muertes "naturales"-, por mano propia o ajena. Sin embargo, y para ese millón anual de suicidas en el mundo (3.000 diarios, y es cifra que estremece), quizá haya innumerables motivos por sobre la ofuscación con que suelen explicarse. El suicidio es el único problema filosófico verdaderamente serio, afirmaba Camus, y lo cierto es que no hay modo de resumirlo a límites inteligibles. Seguramente sólo el suicida podría hacerlo y llegarnos al alma con sus razones: que se puede empezar a morir desde mucho tiempo atrás (desde el nacimiento por mera biología) y, en ocasiones, sobrevivir puede ser, en la concepción de quien decide terminar, mucho peor. Por lo demás, el arrebato no está siempre presente al decir de algunos, desde filósofos a poetas. "Verdad dice quien sombra dice", afirmó un día Celan, "Morir puede ser optar por uno mismo" (Heidegger) o, para Adorno, "Hacer hablar al sufrimiento es el principio de toda verdad".

De ningún modo pretendo hacer del suicidio una opción aconsejable, pero también creo que reducirlo a un pronto, al resultado de una momentánea ceguera, no es enfoque adecuado para un debate que pudiese alumbrar otra cosa que la compasión. En esta línea y dejando aparte a Cioran, decidido defensor del suicidio, algunos relatos de ficción sobre el drama me han dado que pensar, y eso por no entrar en testimonios personales como el de Leopardi, enano y jorobado, que escribía al respecto: "La idea de suicidarme me proporcionaba una feroz alegría". A título de ejemplo, la recientemente fallecida Nadine Gordimer describe en sólo tres páginas ("Final de trayecto") la decisión de una mujer, operada de un cáncer de colon, y la nota que deja a su esposo. "Cumple tu promesa y no hagas que me revivan", aunque finalmente el marido optará por ello. Y para abundar en motivaciones que probablemente nadie excepto el suicida conoce, ahí tienen la conmovedora historia de Boris Vian: "El lobo hombre". Un paseante evita que la mujer se arroje desde un puente; la invita a una copa, escucha su historia y le entrega todo el dinero que lleva encima para seguidamente, entristecido, ser él quien finalmente dé el salto mortal.

¿Qué quiero decir con ello? Pues que sin adentrarse en la subjetividad ajena no es lícito opinar ni esgrimir un valor supuestamente superior (preservar la vida a cualquier precio) frente al cansancio de existir. Si a esto añadimos la lúcida reflexión de Javier Goñi, hace muchos años ("A uno siempre le suicidan los otros"), podremos concluir que este Día Mundial daría para muchos más, y es que con los datos en exclusiva (ahora vamos con ellos), es difícil imaginar pedagogía útil.

Por cada uno de los suicidios culminados se citan veinte intentos (veinte millones), aunque con diferencias notorias entre países. Así, los nórdicos arrojan las mayores cifras, encabezados por Groenlandia (83 cada 100.000 habitantes, en 2011). También en Japón o Corea se reportan altas incidencias mientras que, entre los que se dispone de datos, las frecuencias menores corresponden a Sudamérica, Egipto€ En cuanto a España, las tasas han sido de las más bajas en la U.E (3.1 a 3.4 x 100.000, entre los años 2000 a 2010), aunque se asiste a un discreto aumento en 2011 (6.2) y 2012 (7.6): la cifra mayor desde 2005, con una media de nueve suicidios diarios. Por lo que respecta al perfil de la población suicidada, ya Emile Durkheim, en 1897, describía un predominio en varones, solteros, nórdicos, protestantes y de clase alta por su mayor laicismo, lo que coincide siquiera parcialmente con las características en España: de las 3529 personas suicidadas en 2012, el 77% fueron varones, con máxima frecuencia en rangos de edad entre 40-50 años y 75-84.

En cuanto al papel que pudiese jugar la crisis económica y su repercusión individual (empobrecimiento, despidos, desahucios€) en el aumento citado, existe cierta controversia. No se consigna un aumento significativo en los años 2007 a 2010, pero sí a partir de 2011 (no dispongo de datos respecto a 2013), y un informe inglés, publicado en una revista de gran prestigio, halla relación directa entre precariedad económica, con el consiguiente aumento de la vulnerabilidad (ansiedad, depresión€), y el incremento en la tasa de suicidios. Sea como fuere, ese modo radical y definitivo de expresar lo que se siente precisa sin duda de un plan preventivo que contemple la intervención activa en los casos considerados de alto riesgo. Empresa difícil, pero vale la pena ponerse a ello. Y el miércoles sería un buen día para empezar.