¿Y la reina qué? La pregunta me parece absolutamente pertinente si queremos completar con justeza todos los escenarios de consideraciones que se están formulado a propósito del anuncio de la abdicación a la corona española. Aunque se me tilde ahora de tópico, no puedo por menos que considerar que detrás de un gran rey, siempre hay una gran reina. El aforismo, a mi parecer, es incuestionable para los monarcas habidos en España a lo largo de la edad contemporánea. Dejo orillado, pues, los casos de la remota dinastía de los Áustrias, o aquellos otros que pertenecen stricto sensu a la conocida como edad moderna. La reina doña Sofía es un modelo impecable, perfecto, de lealtad a las tareas de Estado, a las ocupaciones en las causas humanitarias y al mantenimiento de la fortaleza familiar, que es tanto como hablar de la fortaleza misma de la institución monárquica.

He ahí un triángulo de estabilidad que debería serle reconocido a doña Sofía, ahora que la casa reinante en España ha de ceder los derechos dinásticos de sucesión al trono en la persona del príncipe de Asturias don Felipe. Tengo la íntima convicción que llegará el día en el que los historiadores más eruditos y sagaces describirán el papel sustantivo que doña Sofía ha sabido encarnar en el sostenimiento de la arquitectura de la monarquía restaurada en este país y exaltada a la jefatura del Estado en la coronación de don Juan Carlos, en aquel lejano noviembre de 1975, hace treinta y nueve años. No es ya su conducta de exquisita unión con el Rey lo que quiero resaltar: es su sentido del deber institucional, finamente persuadida de que la monarquía, cuando fue proclamada en las Cortes aquel año, carecía del afecto consolidado y venía de un largo proceso de abrupta interrupción monárquica que se remontaba a los hechos de abril de 1931, cuando Alfonso XIII abandonó España para situarse en un frío exilio romano.

Doña Sofía no era ajena a esos hechos, y puedo suponer que tenía muy claro que la solución monárquica para el posfranquismo no iba a tener carta blanca. De manera que doña Sofía no ha cejado cada día, en todos sus actos públicos, sola o acompañada, en la tarea de ganar la forja de un prestigio que había que reconstruir. Así las cosas, hoy la monarquía es una realidad consolidada, por más que ciertas minorías agiten la ventolera de la república, cuya reivindicación, ideológicamente legítima y respetable, desaparecerá de las páginas de prensa muy pronto como humo de pajas.

Son avalancha los recuerdos personales que relacionan mi vieja vida política con la Casa Real y, de una manera u otra, con la figura de doña Sofía. En Menorca, mi isla natal, o en cualquier punto del archipiélago, pude recoger un sinfín de hechos y de episodios que me llevan ahora a ponderar los méritos de la reina en esta importante historia de la monarquía española de nuestro tiempo. En cada circunstancia que he podido vivir, siempre he encontrado a alguien que velaba por el prestigio de la institución. Por más que pueda considerarse su apariencia adusta como imagen pública, es en realidad sonriente y enormemente sensible y positiva, en constante admiración por la cultura, el patrimonio y los artistas, vistos como valores de progreso de un pueblo. Jamás ha caído en tentaciones de gobernación, o de querer influir en asuntos políticos de ningún signo, cosa que, reinas de pasadas épocas históricas, dentro y fuera de España, no podrían reivindicar para sí. Su fidelidad al Rey, y, por tanto, a la institución monárquica como base del Estado democrático español, no conoce fisuras. De esa suerte, cabe considerarla un artífice en la estabilidad democrática misma que hoy disfrutamos.

No entraré, asimismo, a valorar en extenso su obra personal en el campo social, o en el trabajo constante que ella vuelca sobre determinadas fundaciones donde se ayuda al drogadicto, por ejemplo; o en las que se palian tantas formas de quiebra o de hundimiento personal. Esa obra, esa obra callada y gigante, de la que se mantiene activa todavía, y espero y deseo que para mucho tiempo, acumula ya muchísimos años. Llegará la hora en la que saldrá a la luz con toda su densidad, y acabaremos por descubrir la enorme talla humana, realmente histórica, de doña Sofía.

No dudo que la futura regulación normativa y legal que ha de acometer el Gobierno para ordenar el nuevo estatus de Estado que se le asignará al rey abdicado recogerá, a la par, lo que España le debe a la reina doña Sofía. Espero que sea una ley que no se arredre en dar plena y justa respuesta al título de este artículo. ¿Y la reina qué?