Fue la todavía hoy reina Sofía quien afirmó que la abdicación no era una posibilidad abierta, que el Rey iba a serlo hasta el final. Sofía de Grecia, una mujer que se las ha tenido que ver con una situación desairada como pocas, no dejaba margen para la duda. Entre tan tajante afirmación y la que sigue: "No hay ningún problema, todo va a seguir igual", hecha el martes, han transcurrido unos pocos meses. Los que van desde que descartó la abdicación del rey Juan Carlos, a comentar la abdicación del rey Juan Carlos. ¿Qué ha sucedido para un cambio tan radical? Se nos dice que la decisión se tomó en enero, que hasta ser sustanciada ha tenido un amplio recorrido que ha permitido madurarla, darle la forma adecuada. Esa es la versión oficial, la que se quiere que sea aceptada por los ciudadanos. Una abdicación para dar paso a la nueva generación. Palabra de rey. Un historiador de la entidad de Paul Preston, autor de las mejores biografías del rey Juan Carlos y del general Franco, la pone en duda. Y en duda es puesta por muchos, por los que seguimos creyendo que algo se nos está escamoteando, que no sabemos qué es lo que de verdad ha hecho que Juan Carlos de Borbón haya optado por la drástica medida que la reina Sofía enfáticamente había descartado.

Además, la precipitación e improvisación con la que se está desarrollando el proceso ahonda la sospecha de que algo se nos oculta. Es llamativo que el Consejo de Ministros se tenga que reunir con carácter extraordinario, al día siguiente de darse a conocer la abdicación, para aprobar la ley que dé cobertura legal a la renuncia. Tanta precipitación para dar a luz una ley con un solo artículo, que podría haberse aprobado mucho tiempo atrás. A continuación las Cortes generales, Congreso y Senado, ponen en marcha una carrera de pura velocidad: procedimiento de urgencia, votación, con resultado conocido de antemano, y al Boletín Oficial del Estado previa sanción por parte de rey, su postrera firma como jefe de Estado. Nada de propiciar un sosegado debate. El presidente Rajoy se apresuró, en su sorprendente intervención para comunicar la abdicación (habrá que explicar las razones por las que precedió a la del rey, la causa por la que el jefe del Gobierno pasó por encima del jefe del Estado), a decir que la normalidad constitucional estaba garantizada. O sea que, en lo que estamos, según el jefe del Ejecutivo, es en un cambio sin especial trascendencia en la cúspide del Estado, al que hay que darle la trascendencia histórica que tiene, pero que para nada afecta al normal funcionamiento de las instituciones. Para confirmarlo se nos endosa la ley orgánica, se acortan los debates parlamentarios a la mínima expresión y se proclama al nuevo rey. No se nos ha dicho lo de "todo atado y bien atado" seguramente porque evocar la afirmación del general Franco cuando decidió, allá en un mes de julio de 1969, al tiempo que los americanos ponían pie en la luna, que Juan Carlos fuera su sucesor no era lo oportuno, pues a la vista está que no todo quedó atado y bien atado.

Así están las cosas. ¿Y ahora qué? Los que dan por hecho que los automatismos constitucionales funcionan como está previsto que lo hagan puede que estén en lo cierto, pero tal vez los que sostienen que en España hay alguna que otra cuestión pendiente de resolverse algo de razón sí albergan. Rajoy establece que quienes quieran traer la república saben lo que tienen que hacer: demandar la reforma de la Constitución. Es decir, adentrarse en un imposible proceso que no lleva a ninguna parte. Lo que dice el presidente del Gobierno es que ni hablar de plantear el debate entre monarquía o república. El PSOE del cadáver insepulto de Rubalcaba asiente, al tiempo que se divulga la especie de que el secretario general de los socialistas no ha dimitido para evitar que la pulsión republicana del partido se alborote más de la cuenta. Rubalcaba exhibe el fundamental argumento por el que el PSOE mantiene su fidelidad a la monarquía parlamentaria: el pacto constitucional al que se llegó en 1978. La Constitución votada masivamente por los españoles. Un dato: aproximadamente el 60% de los ciudadanos españoles no votaron por estrictas razones biológicas la Constitución. No es un elemento decisivo para al menos pensar en hacer las cosas de otra forma, aunque tiene su peso. Sí lo es que en 1978 no se pudo optar libremente entre monarquía o república. Se ha repetido hasta el hartazgo: los generales con mando en plaza de ninguna manera hubieran aceptado tal debate. Juan Carlos era el sucesor designado por el general Franco y nada había que discutir. Era él o eran ellos los que tomaban el mando.

Así que la reina, la que en dos semanas hará la protocolaria reverencia a Letizia, puede afirmar que todo sigue igual. La continuidad en la línea de sucesión, elemento indispensable para entender la íntima esencia de la monarquía, por mucho que se rompiera cuando Juan Carlos accedió al trono, se mantiene incólume. No se entona el rey ha muerto viva el rey, pero es lo mismo: a Juan Carlos I le sucede Felipe VI. ¿Qué hacemos con las fuerzas políticas que situadas a la izquierda del PSOE reclaman, y lo harán cada vez con más potencia, que sean los ciudadanos quienes tomen la decisión de si nos decantamos por la monarquía parlamentaria o nos inclinamos hacia la fórmula republicana? ¿Podrá la futura dirección del PSOE, con Susana Díaz o el que resulte elegido, mantener los diques que impiden el desbordamiento republicano que demandan mayoritariamente los socialistas? ¿Hay suficiente consenso para que Felipe VI presida sin grandes sobresaltos la estabilidad constitucional?

Si se atiende a lo que afirman Rajoy y Rubalcaba no hay que alarmarse: la efervescencia republicana se diluirá progresivamente. Parecida tesis sostienen sobre el bipartidismo. El resultado de las elecciones europeas ha sido un desahogo que se han permitido los españoles. Con la mejora de la economía la derecha recuperará posiciones y la fragmentación de la izquierda menguará. O lo que es lo mismo: la corona, PP y PSOE volverán a ser lo que fueron. Los dioses ciegan a los que van a perder.