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Paisaje después de unas elecciones

¿Hay hueco todavía para un nuevo comentario sobre las pasadas elecciones europeas? Lo que hasta ahora no era sino un trámite que sonaba a cosa ajena y nadie se tomaba muy en serio, esta vez se ha convertido en una especie de TAC de la situación política patria, y el resultado de la prueba ha despertado, como poco, una encendida división de opiniones. Lo de menos es quién vaya a calentar los escaños de Bruselas. Lo de más, que se ha levantado otro velo (¿el séptimo, o el centesimoséptimo?) que difuminaba las vergüenzas del tablado nacional. De entrada, una abstención superior a la mitad del electorado. Por aquí no es ninguna novedad, lo sé, y también que en otros países ha sido aún mayor, pero lo del "mal de muchos" no consuela. Políticos y autocrítica son términos excluyentes, pero yo de ellos me plantearía, ante todo, ese dato. ¿Qué validez tiene un juego al que más de la mitad de la población no quiere jugar? ¿Qué parte de responsabilidad les toca en este fiasco? Y entiéndase "juego" como metáfora, sin connotaciones peyorativas.

Lo segundo: el batacazo de los dos principales partidos que se reparten el pastel desde que se reinstauró la democracia. Lo tercero (pese a las filigranas de la ley electoral), la notable subida de los partidos "minoritarios". Y junto a todo ello, la eclosión de un nuevo partido, nacido al otro lado de la valla que separa la "cosa pública" de la vida real y que ha descolocado a la mitad de la afición. Además, de uno de los dos partidos grandes ha salido un ramal que en principio amenazó con terminar como una hilera de fichas de dominó derribándose unas a otras, si bien, en el momento en que escribo, las fichas, menos una, sólo se tambalean. El otro gran partido, como es lógico, sigue imperturbable; no está en su ser plantearse nada... o al menos, planteárselo de forma visible. Si hay marejada intestina, o voces que analizan el papelón de haber perdido más de dos millones de votos, debe de ser en el sanctasantórum al que no acceden los simples mortales. Por su parte, los hasta hoy segundones, dioses menores que contemplaban el olimpo bipartidista desde la distancia, van acercándose al monte, aunque aún se encuentran lejos. ¿Llegará el día en que la política española supere la fase de la alternancia de partidos y salga por fin del siglo XIX para situarse en la época que le corresponde? Yo no apostaría por ello. Nos falta verdadera cultura democrática (a todos), y son muchos los que piensan que, para gobernarnos, el país necesita un padre (a poder ser, severo y distante) más que un delegado de los ciudadanos.

Y luego está lo de Podemos. O, mejor dicho, la reacción de determinado sector ante la llegada de Podemos. Esto es lo que de verdad me preocupa. Porque esa reacción nos retrotrae no al siglo XIX, sino al XX, y no al XX de las vanguardias, sino al que marcó de forma opresiva cuarenta años de vida del Estado español. Vamos, justo lo que nos faltaba.

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