El pasado 16 de enero, el entretenido sainete catalán con que nos obsequian politiquillos de tres al cuarto, añadió contornos de astracanada marxiana de los hermanos Marx cuando el Parlament decidió solicitar al del Estado la cesión de una competencia que le permitiría desmantelarlo legalmente. El giro surrealista es memorable, ya que se trata de un "dáme permiso para apuñalarte, colega, que te lo pido amablemente y si no me lo das también te apuñalaré; de manera que tú verás: ¡elige!".

Llama la atención que haya políticos capaces de adoptar, con la solemnidad del burro, despropósitos que no sólo atentan contra la lógica, sino también, más modestamente, contra ese seny del que tanto se vanaglorian. Ahora bien, el problema es de más alcance: hay una parte no desdeñable de la población de Cataluña que parece incapaz de comprender lo chusco del proyecto y de su gestión sainetera, aunque lo que más debe llamar la atención es la ataraxia más o menos generalizada ante el hecho de que el noble objetivo que se le propone (nada menos que la independència) conlleva necesariamente dosis mucho más elevadas de dependència porque implica la salida automática de la Unión europea y la práctica imposibilidad de reingresar en ella: no por un hipotético veto del reino de España sino por los de bastantes países de la actual Unión Europea.

Mientras se sigue interpretando el divertido sainete, parte de la población catalana se siente anestesiada hasta el punto de hacer caso omiso de lo golfos que son sus mentores, de que recortan gastos en lo sustancial y los incrementan en lo superfluo. Es presa de un proyecto y sainetil que les obnibula y anestesia.

Va a resultar la mar de entretenido seguir la humorada y, sobre todo, verificar si consigue su objetivo final, que no es otro que, como aseguro Dalí a TV3, citando a Francesc Pujols, "arribarà un dia que els catalans, pel sol fet de ser catalans, anirem pel món i ho tindrem tot pagat". Ya ven qué vida.