Así reza una viñeta que publicó El Roto hace seis años. En ella aparece una cámara de vigilancia que nos aconseja, como si fuese uno de los mandamientos de la ley de Dios: "Vigilaos los unos a los otros." Y falta añadir: "como yo os vigilo." Ya sabemos que las utopías son un gran engaño, una enorme farsa. Todas, en la práctica, acaban convirtiéndose en su contrario, es decir, en distopías o en sociedades indeseables. Estados Unidos siempre ha sido un país basado en la paranoia, pero al que se le suman desde hace algún tiempo otros países, fanáticos de la seguridad y, por tanto, espías en potencia y en acto. Nadie se cree que esta pasión desmedida por la seguridad signifique la búsqueda de nuestro bien. Se trata de rastrear nuestras actividades y movimientos, más que nada para evaluar hasta qué punto somos seres peligrosos. Quieren conocer nuestras preferencias y aficiones y las frecuencias de nuestros actos más nimios, pues éstos pueden acabar siendo el principio de un acto más grave. Nos hemos acostumbrado a ser tratados como criminales potenciales y, por tanto, nuestra categoría es, ni más ni menos, que la de sospechosos. Este tipo de sociedades de control prefiere a los culpables declarados que a los sospechosos. Un sujeto culpable es alguien que ya no ofrece problemas. Es culpable y punto, y la ley ya sabe cómo tratarlo. Sin embargo, el sospechoso, usted y yo, somos sujetos resbaladizos y ambiguos, pues en cualquier momento podemos actuar de forma errónea. De ahí la necesidad de control constante.

Existe una ley que no miente al respecto, y que fue aprobada por el Senado estadounidense a finales de 2001. Se denomina Patriot Act, y tiene como función primordial la de detectar cualquier tipo de contacto o intercambio privado de cualquier ciudadano. Y como el miedo es un estado gaseoso que se expande con suma facilidad, es fácil convencernos de la idoneidad de tales medidas controladoras y de vigilancia continua. El miedo nos hace vallar nuestros barrios, contratar servicios de vigilancia, alarmas y demás artefactos que nos faciliten el sueño. Aunque ya sabemos que el sueño no depende de eso. Una de las estrategias más perversas de este tipo de sociedades es la de delegar la vigilancia y la delación en los propios ciudadanos. Es decir, insertar la policía en nosotros. Más que nada para facilitar la labor. Los optimistas o integrados lo rebatirán aduciendo lo siguiente: "si nada tienes qué esconder, qué más te da estar vigilado, actúa como si la vigilancia no existiese." Y así es, no nos quedan muchas más opciones que tratar de seguir viviendo como si el ojo vigilante y protector no nos estuviera mirando sin pausa, pues de lo contrario acabaríamos enloqueciendo de lucidez. En efecto, a menudo la vida consiste en hacer como si no sucedieran determinadas cosas, pues la conciencia minuciosa puede llevarnos a la paranoia. Aun así, no está de más subrayar este estado de cosas: habitamos un mundo hiperconectado. Esa hiperconexión nos facilita determinados trabajos. Las relaciones son rápidas y fluidas, pero su reverso, su zona negra y distópica nos empuja a sospechar de esa aparente bondad. En definitiva, que nos han ofrecido tan alta y depurada tecnología para que, embobados ante su despliegue de posibilidades, pasemos por alto su lado más oscuro: el espionaje masivo, la transparencia total, la sensación constante de sentirnos vigilados a todas horas. Sin exagerar, estamos moralmente obligados a ser algo apocalípticos, aunque sólo sea como ejercicio crítico, y dejar por unas horas aparte al integrado que también somos. Se trata de despertar y de asumir que estamos habitando en un estado totalitario. Totalitario, no en el sentido de los viejos sistemas dictatoriales -creo que no hace falta aclararlo- sino en el sentido de un estado global y suave que nos vigila sin mucho esfuerzo y dice que nos ama, claro, faltaría más. Aunque, a menudo, se sigue con la práctica clásica y brutal, la de siempre, la de toda la vida. Pues, por lo visto, los estilos de control, disciplina y castigo, incluso muerte, no son excluyentes sino que coexisten. Véase el estilo Mossos d´Esquadra. Un clásico. Lo cual relativiza algo este artículo, pues gracias a las cámaras hemos podido comprobar cómo se las gasta la policía autonómica catalana. Y es que todo tiene cara y cruz, pero sobre todo su cruz.