Siempre se sintió más compositor que intérprete. Un tipo relajado que prefería situarse en un lugar secundario, alejado de los deslumbrantes y cegadores focos del éxito o de la publicidad sobreactuada. Un músico sin énfasis que punteaba la guitarra y cantaba como quien no quiere la cosa. Sin alardes ni manierismos. Un okie tranquilo que veía con placer o distancia cómo Clapton explotaba temas suyos, como Cocaine o After Midnight. O el Sensitive Kind, transformado por Santana. Confieso que a Cale le seguí la pista gracias a Clapton. Me ha ocurrido con otros músicos, sobre todo compositores que estaban en la sombra. Pues hay que conocer no sólo al intérprete, sino al compositor, al hacedor original, al que parió, en definitiva, el tema. En general, el compositor suele ser más tímido, menos elocuente. De ahí que sea de justicia musical ir en su busca, investigar, rescatarlo del más que probable olvido. Ellington, sin duda. El enorme e insuperable Duke Ellington. Sin embargo, en muchos de sus temas estaba un compositor de gran calado, un músico complejo que se llamaba Billy Strayhorn. En general, solemos simplificar: se trata de un tema de Ellington, pero obviamos injustamente a su pareja. Hay que subrayar, por tanto, que Cocaine no es de Clapton, aunque con el tiempo y la insistencia ha acabado por ser suya. JJ.Cale también le debe algo a su amigo, aunque sólo sea por el éxito de la canción. Cuando la interpreta el propio Cale, el tema gana en intimidad y en despreocupación, como si el compositor no quisiera inflamarla con sobreactuaciones innecesarias. La deja caer, sin más. Los que prefieren el refugio del estudio, el laboratorio al directo. Y J.J. Cale era uno de ellos. Se prodigaba muy poco en los escenarios, y cuando al fin se decidía se le veía algo ruborizado. Sin duda, pensaba que todo aquel despliegue era desmesurado, que él sólo se dedicaba a componer temas. Como el que escribe poemas, pero prefiere que sea otro el encargado de recitarlos en público, ya que él no proyecta bien la voz o, en fin, admite su pereza o miedo escénico. Y si lo hace es porque no le queda más remedio o por motivos estrictamente alimenticios. Con los músicos en la sombra ocurre un poco como con los traductores, que cuando se mueren empiezan a salir fotos, imágenes, comentarios laudatorios. Acostumbrados a trabajar allí donde el sol no alcanza, resulta que sólo la muerte les otorga algo de publicidad, algo de luz, aunque esta luz sea tan sólo un ramalazo. No en vano, la ciudad donde vivía el músico de Oklahoma, el okie tranquilo, se llama Escondido y está en California, cerca de San Diego. Nada es casualidad, como suele decir un amigo. Con Clapton, de hecho, grabaron un disco denominado Road to Escondido. El nombre lo dice todo. Y así, muy de vez en cuando, el hombre salía de su madriguera para tocar un poco y, en seguida, regresaba a su base con la intención de seguir componiendo o, simplemente, con el deseo de que lo dejasen en paz bajo la sombra que proyectaba su porche, viendo pasar la vida convulsa de los muy atareados. J.J. Cale tocaba como era. No había trampa ni cartón. Había decidido permanecer en segunda fila, observando el trasiego de los que se pegaban codazos en primera línea de combate. Como los temas que componía tenían calidad, siempre podría vendérselos a Clapton o a quien fuese. Ellos se encargarían de pasearlos por el mundo. No mareaba la perdiz con solos de larga duración. Sus temas eran breves. Absurdo alargar la cosa cuando lo que está dicho ya está expresado en algo más de tres minutos. Luego, que venga el intérprete de turno y se dedique a hacer variaciones sobre el tema. Mark Knopfler, otro virtuoso de la guitarra, también se dejó influir por el okie. Aunque el escocés, con el tiempo, se dejó mecer por las melodías celtas.

J.J. Cale siempre parecía que se acababa de despertar. Su estilo somnoliento así lo indica. Su aspecto era el del clásico americano medio, más cerca de la granja que de la gran ciudad. Ahora que Detroit se hunde, ahora que la gran ciudad de la General Motors, Ford, Chrysler y la Motown se encuentra en bancarrota, echamos de menos alguna canción que dé cuenta del desastre. No olvidemos que, el ahora aclamado y antes ignorado Sixto Rodríguez, Sugar Man, nació en esta ciudad en la que se venden pisos a un dólar. J.J.Cale, tal vez, podría haber compuesto un tema sobre una ciudad en ruinas. A veces, J.J. Cale podía parecer un personaje de Peckinpah, un miembro desaliñado y temible de Grupo salvaje. Pero, no. Tan sólo se ha muerto un músico tranquilo, un muy buen escritor de canciones.