El presidente del Gobierno sorprendió a todos el pasado martes, en la sesión de control del Senado, en que respondió a sendas preguntas sobre Cataluña formuladas por el senador convergente Lluís Cleries y por el socialista José Montilla.

Hasta aquel momento, la respuesta de Rajoy al envite soberanista lanzado por el nacionalismo moderado catalán se había basado en la negativa frontal a cualquier debate político en torno al llamado "derecho a decidir", en realidad derecho de autodeterminación. Tras la abrupta ruptura de septiembre, cuando Rajoy no aceptó el ultimátum de Artur Mas sobre el pacto fiscal que había sido formulado con toda evidencia para provocar la crisis, y luego de la dura campaña electoral previa a las elecciones anticipadas del 25 de noviembre, el jefe del Ejecutivo comenzó a aplicar la estrategia de la seducción económica. Las apreturas presupuestarias de Cataluña, que todavía no tiene presupuestos 2013, permitieron a Rajoy brindar una salida a la Generalitat, a cambio, lógicamente, de cierta mesura y „tácitamente„ de una reconsideración de la descabellada alianza de CiU con ERC. La expectativa de una flexibilización del déficit ha permitido una nueva financiación, anunciada por Montoro con suficiente explicitud, debía servir para calmar los ánimos y para ofrecer al aislado Artur Mas una salida.

En esas estábamos cuando Rajoy ha cambiado de argumento. Y tras el duro alegato del senador Cleries, quejoso por la escasa atención que secularmente se presta a su juicio a Cataluña, respondió en estos términos: "Yo no concibo a Cataluña sin España y a España sin Cataluña, no quiero privar a los catalanes de su condición de españoles, de su historia, de su futuro, de su pertenencia a la UE. Yo no creo en eso, pero usted tiene perfecto derecho a creer lo contrario. Y además las leyes tienen instrumentos para plantear las reformas. No me inste a mí, que soy solo un parlamentario más. Tomen las decisiones que tienen derecho a tomar y planteen este tema si quieren en las Cortes generales".

En definitiva, Rajoy ha sugerido a Cataluña que sigan el camino emprendido por Ibarretxe, al que le condujo Rodríguez Zapatero y que fue en su momento duramente criticado por Rajoy. Mas debería presentar una reforma estatutaria o una reforma constitucional, y tendría que buscar después aliados para sacarla adelante. No los encontraría en modo alguno para la secesión pero sí, quizá, para una solución sensata de corte federal. De momento, sería probablemente un camino sin porvenir pero, de recorrerse inteligentemente, podría sembrar caminos de futuro.

Rajoy no concluyó aquí su reconsideración del problema catalán: interpelado por Montilla sobre la reforma constitucional, tampoco se cerró en banda, aunque manifestó sus dudas sobre la existencia de una dirección común y de un consenso posible. Evidentemente, no se debería abrir el melón sin un gran acuerdo previo sobre el alcance, el contenido y los límites de la reforma, pero es positivo que la mayoría política haya llegado también a la conclusión de que los graves problemas de este país „secesionismo catalán, desgaste de la Corona y descrédito de la política„ pueden tener que resolverse mediante un salto cualitativo que incluya la reforma a fondo de las grandes reglas de juego. La disposición abierta a este debate ya resulta clarificadora.