Pude seguir por televisión el discurso pronunciado por Barck Obama , el pasado martes, en el Grant Park de Chicago, después de haber sido elegido para un nuevo mandato como Presidente de los Estados Unidos. Fue una pieza oratoria importante de estas que emocionan y se recuerdan, como se recuerda el discurso de Churchill de mayo de 1940, estando el Reino Unido en plena ofensiva contra el nazismo alemán y con el que consiguió unir a un pueblo con aquella frase de "sangre. sudor y lágrimas".

Obama pronunció su alocución ante un país dividido entre republicanos, 56 millones de votos y demócratas 58 millones y el 40% de abstención. En política, la abstención es un serio problema que solo tiene una interpretación, malestar que puede llegar a deslegitimizar el sistema político. El discurso iba dirigido a una nación de 300 millones de habitantes, una gran potencia castigada por la crisis económica, pero que funciona gracias a un eficiente sistema federal y a un Gobierno Central, flexible y efectivo.

Por lo que pude seguir de la campaña mi voto habría sido, si hubiese sido norteamericano, para Mitt Romney, por su experiencia en el mundo de la empresa y por su programa basado en menos regulación, menos impuestos, más libertad y menos administración publica. Decía y con razón que los trabajadores no necesitan subsidios sino empresarios y empresas que promuevan puestos de trabajo.

La larga campaña por la presidencia que se disputaron Mitt Romney y Obama, llegó al final con un país fraccionado. Era el momento de transmitir unidad y lo hizo con habilidad y persuasión, engarzando patriotismo, optimismo y fe en las posibilidades del país y sus ciudadanos. Incidió en la situación de una economía en recuperación, en la importancia de la democracia y en el prestigio de la política, (evidentemente en su país). Fue un discurso sincero, decía lo que sentía y lo hizo con naturalidad, credibilidad, humildad y sentimiento.

En este alegato, llamado "discurso de la victoria", Obama, experto en gestión emocional, demostró una vez más ser un gran orador, se superó a si mismo y seguramente consiguió motivar a millones de personas. ¡Motivar! algo que probablemente ni se intenta por aquí. Dijo que el camino sería largo pero que nunca había estado tan esperanzado en lograr restaurar la prosperidad, Que si alguien tenía dudas sobre la fuerza de la democracia, aquel momento que se vivía era la respuesta, que si alguien tenía dudas de que en Estados Unidos todo es posible, aquella era la respuesta. Que el final de aquel proceso electoral era la constatación de que los jóvenes rechazaron la apatía de su generación, la respuesta de los ancianos, de los ricos, de los pobres, de los demócratas y de los republicanos, de los blancos, de los negros, de los hispanos, de los homosexuales, de los heterosexuales, de los discapacitados, de los escépticos, ahora unidos para seguir adelante. Finalmente dijo "lo mejor está por venir".

Parece claro que las emociones mueven y que las razones mantienen, en Estados Unidos tienen motivos para emocionarse y razones para mantenerse confiados En nuestro país y dada la situación, no vendría nada mal un proceso similar, que propiciase un evento de comunicación social como el que ha vivido America. Se debería transmitir a la ciudadanía que el desastre al que las administraciones nos ha llevado se corregirá, que el insoportable esfuerzo fiscal terminara pronto, que se tomarán medidas reactivadoras, que el camino es difícil pero que llegaremos al final y tal vez, que "lo mejor está por venir".