El populismo es una simplificación del discurso político. Los partidos españoles se han especializado en impulsarlo por encima de las ideologías y las ideas. A continuación, practican una pirueta orwelliana para amedrentar a la mayoría silenciosa sobre el riesgo de los populistas, denominados como sinónimos de charlatanes. El temor del PP/PSOE a la calle „antes, la ciudadanía„ ha llevado al Gobierno a amenazar de cárcel a los manifestantes cada vez más numerosos, mientras el PSOE sólo alerta sobre el huevo de la serpiente demagógica que anida en las sugerencias de que la casta política abdique de sus privilegios, para concentrarse en la sociedad desasistida. Verbigracia, las formaciones hegemónicas jamás hubieran abordado la crueldad de los desahucios por propia iniciativa, para no desairar a las instituciones financieras que las sufragan. La estridente presión ciudadana ha tenido que desvelar el silencio taimado y cómplice de sus representantes, que se han movilizado a regañadientes. Por supuesto, la inevitable reforma hipotecaria será aprovechada para modificar aristas en favor de los bancos.

En el argumentario de los partidos políticos, protestar conduce al lerrouxismo. Es posible, pero procede recordar a PP/PSOE el lema de sus protegidos de Wall Street, "los árboles nunca crecen hasta el cielo". La calle se ha inundado de protestas cuando la gestión partidista ha bordeado la irracionalidad, quizás demasiado tarde. Cinco millones de desempleados sólo ocupan a la casta sin paro en sus filas durante un día al mes, cuando se publican las estadísticas. Otro éxito del lenguaje partidista ha consistido en que la prima de riesgo haya suplantado el protagonismo de la tragedia laboral en curso, cuando ya es evidente que no será solucionada manipulando los mismos mecanismos que la han creado.

El PSOE habla directamente de populismo. El PP prefiere la calificación de antisistema, porque conoce los beneficios especulares de cada contenedor quemado, aunque sólo arda virtualmente. Las concentraciones pacíficas sacan de quicio a ambos partidos, afectados de agorafobia. Al margen de la ubicación en la desigual pugna, sorprende que políticos profesionales de escueta formación acusen de populistas a manifestantes que les aventajan en currículum y elocuencia. Sería más apropiado acusar a los concentrados de culturismo. ¿Era populista Agustín García Calvo dirigiéndose a los amotinados del 15M? El catedrático aventajaba en discurso y densidad a la suma de miembros del Congreso y el Senado, con la posible excepción de Andrea Fabra.

La alineación PP/PSOE lesiona con más saña a los socialistas, cuya bigamia galopante coloca al borde de la extinción a las únicas siglas estatales supervivientes de las primeras elecciones democráticas. La coalición PP/PSOE cimenta su descrédito sobre líderes que no son aprobados ni por sus votantes. Recurre después al clisé de las manifestaciones proletarias con la intención de discriminar a sus integrantes, cuando la calle se ha poblado de burgueses estrangulados por el famoso uno por ciento. En el durísimo alegato del ultraconservador Wall Street Journal contra la España de Rajoy „"cuyo estilo blando y obediente tiene su ejemplo más próximo en los apparatchik del partido comunista chino"„ se destaca curiosamente a "José Bono, un populista populachero según el modelo centroamericano". Un árbitro externo salda la polémica sobre los auténticos populistas.

La edad creciente de los manifestantes es un factor colateral que complica la agorafobia de PP/PSOE. Los padres que no se pueden jubilar, y que demandan un puesto de trabajo para hijos a quienes han preparado sobradamente, no encajan con el tono despectivo que esgrimen los olfateadores de populismos. Eminencias como el senador José Montilla o los diputados Carlos Floriano, Elena Valenciano, Alfonso Alonso y el Rajoy que no puede pronunciar "Buenos días" en el orden correcto sin leerlo en un papel, se comportan como herederos de la oratoria de Manuel Azaña o de Tierno Galván.

En su actual versión, PP/PSOE son los rentistas de la democracia, mientras diseminan el estigma del populismo sobre cualquier medicamento contra su esclerosis. Sin abandonar el orbe de los -ismos, el idioma que aportó orgulloso el término liberalismo al mundo ha acuñado hoy otra ideología que le atribuye el Wall Street Journal, porque "la disfunción española tiene una explicación simple: la importancia del enchufismo". Donde "enchufismo" figura en castellano en el original inglés.