Columbia es mucho más que la principal universidad neoyorquina, la más hermosa con sus impresionantes edificios de arquitectura neoclásica, la biblioteca Butler, por ejemplo; la primera en miembros galardonados con el Premio Nobel, 26; la albacea de los premios Pulitzer o la referencia académica de presidentes de la nación norteamericana, Franklin D. Roosevelt, de la escuela de Derecho o Barack Obama, en Ciencias Políticas; cultural, de Jack Kerouac a Paul Auster; sin olvidar tampoco a Federico García Lorca que estudió en ella donde compuso los Poemas de la soledad en Columbia University incluidas en su obra Poeta en Nueva York, 1929; económica (Warren Buffett) o política (sus disturbios en 1968 o la tumultuosa intervención, en su foro 2007, del presidente iraní Ahmadinejad dieron varias veces la vuelta al mundo).

Es también la institución universitaria de obligada referencia universal, aproximadamente la mitad de sus estudiantes de postgrado provienen del exterior; ninguna más influyente que ella en las esferas internacionales.

Desde que a partir de agosto de 2007, buscando distancia europea durante el periodo estival, optara por recalar en territorio estadounidense a un tiro de piedra de Manhattan (New Jersey) Columbia ha sido lugar preferido. Un lustro ya para sumergirse en esta sugestiva atmósfera intelectual pudiendo apreciar actividades de alguno de sus reputados centros (HRI, Instituto de Derechos Humanos) que trabaja en conexión con la red de la abogacía (BHRH) colaborando con el subcomité judicial del Senado en la supervisión de la aplicación de los tratados internacionales en esta materia. Una sintonía sociedad civil-poder legislativo que es habitual allí pero desconocida aquí demostrativo de la disparidad entre sistemas, dinámico uno y tremendamente anquilosado el otro. O en palabras de Gil de Biedma „De Vita Beata„ viejo país ineficiente. En elevado grado, añado.

En el panorama sofocante de agosto 2012 (apenas mitigado por una ligerísima brisa procedente del Hudson) sobresalía, por encima de todo, el debate sobre las candidaturas a las primarias presidenciales previstas para otoño (el acontecimiento más relevante para el país y más trascendental para la comunidad internacional) sobretodo porque a estas alturas del partido se daba una percepción negativa para la reelección del presidente Barack Obama a quien se le veía como a un líder desgastado, con menor audiencia pública que antes y causante del desencanto. Nada que ver con aquella masiva ola popular que le había conducido directamente al despacho oval de la Casa Blanca (véanse mis artículos "Entre Nueva York y la vieja Europa" y "Entre New Jersey y Manhattan", DM, de 19-10-2007 y 04-09-2011).

¿Qué diantres había sucedido para que esa gran mayoría que entonaba el eslogan Yes, we can „sí, podemos„, el perfil del cambio y del nuevo espíritu, y que había quedado subyugada con el carismático discurso de Chicago „pieza magistral de oratoria política„ de reconstrucción del país, recuperación de la esperanza y del sueño americano hubiera decaído tan drásticamente al final de un solo mandato?

Para entenderlo bien habría que analizar la coyuntura electoral en clave doméstica estadounidense (premisa principal) huyendo de apreciaciones foráneas (mucho menos las europeas desplazadas por los ejes Asia-Pacífico en lo económico y Próximo Oriente en lo estratégico, véase el discurso de El Cairo y la actuación en Libia) por ser exclusivamente estas circunstancias las que van a incidir y condicionar el resultado final.

No significa esto que el factor de la política exterior haya desaparecido de las presidenciales. No, sólo que entra en situación únicamente cuando concierne a la política interna o de seguridad. Así cuando las redes de terrorismo global irrumpieron en territorio nacional sacrificando la vida de miles de ciudadanos inocentes (Al Qaeda, 11-S NY) se generaron reacciones de índole militar (intervenciones en Irak y en Afganistán) y legislativo con carácter restrictivo (EE UU Patriot Act y órdenes ejecutivas presidenciales) que aunque fueron promulgadas por la administración de George W. Bush las ha mantenido la administración actual.

Más allá de las críticas de sectores minoritarios liberales la verdad es que la mayoría ciudadana (sea votante demócrata o republicano) mantiene el apoyo al estatus establecido dentro del cual la operación de abatimiento de Bin Laden tuvo un sostén unánime; no pudiendo atribuir a Obama el mantenimiento de la prisión de Guantámano (negado el cierre por la Cámara de Representantes) o la escasa reforma del sistema sanitaria (semipública aprobada en la corte suprema por estrecha margen) al igual que en la cuestión inmigratoria (fue Obama que ordenó al departamento de Justicia recurrir la Ley de Arizona por inconstitucional y discriminatoria ante la Corte logrando que ésta la declarara nula en sus preceptos más significativos) habiendo sido la derrota electoral en las legislativas de 2010 (mayoría republicana) lo que impidió ver la luz a muchas de sus políticas programáticas de 2008 (de contenido ideológico) cercenando su línea presidencial ferozmente hostigada por el Tea Party.

Aún así el principal problema para Obama proviene de la situación económica estadounidense por no haberla conseguido enderezar con suficiente ritmo de crecimiento (qué lejos queda España) frente a un Mitt Romney (crecido desde su éxito empresarial en los Juegos Olímpicos de Salt Lake City 2002, en Bain Capital y en el gobierno del Estado de Massachusetts) que está intentando a última hora centrar su voto.

Al final los votantes deberán escoger entre las dos opciones que encarnan claramente los candidatos, uno (Obama) partidario de la solidaridad federal y humana frente al otro (Romney) partidario de la disminución de los poderes del Estado federal en beneficio de los poderes de los respectivos Estados y la individualidad como ideología.

Mi consideración personal sobre el desarrollo de la campaña electoral es que se ha impuesto Barack Obama, más político, más veraz y con mejores ayudas (impagable Bill Clinton, recordado por el país como uno de los presidentes más sobresaliente en la época moderna).

Hoy ignoro el resultado final pero no me duelen prendas si digo que mi particular voto se inclinaría a favor de la reelección Barack Obama, pese a todo.