Empecé a leer una novela muy buena que de repente se convirtió en una novela muy mala. De repente, ya digo, como cuando pasa una sombra por un edificio muy hermoso que deviene de súbito en un bloque siniestro. Aguanté un capítulo más, para certificar que la novela era muy mala y quedarme tranquilo, pero en esto, y sin avisar, se volvió otra vez muy buena. Me sucedió algo parecido hace años, en un bar: estaba observando a una chica, fascinado por su fealdad, cuando de golpe se convirtió en la más hermosa del universo. Bueno, el caso es que continué leyendo y a la novela buena, en el siguiente capítulo, le sucedió algo raro. No es que se volviera mala de nuevo, sino que, en esta ocasión, sin dejar de ser horrible comenzó a ser simultáneamente genial. En cuanto a mí, como lector, era un lector detestable por leer aquella basura y un lector excelso por disfrutar de aquella obra sin par, todo a la vez. Me dio la impresión de que acababa de descubrir el sentido más profundo del término simultaneidad. Que ocurran dos cosas al mismo tiempo carece de interés a menos que sean incompatibles. Cuando se dan la perversión y la inocencia, por ejemplo, o como cuando la basura, sin dejar de ser basura, se transforma también en un tesoro.

La situación tenía un punto agobiante, no del tipo de agobio que produce detestar a quien amas o amar a quien detestas. Me refiero, por entendernos, a un agobio de tipo zen, es decir, el agobio de haber mandado al cuerno los compartimentos estancos de acuerdo con los cuales hasta aquí llega lo literario y aquí comienza lo antiliterario o aquí termina la realidad y aquí empieza la telerrealidad. Me refiero al agobio feliz de cuando se te cae al suelo, y se rompe, un jarrón espantoso. A veces, en lugar de un jarrón, se te cae un esquema que era como un corsé y se rompe y puedes mover de nuevo el cuerpo o la cabeza. El caso es que cuanto peor era la novela más genial resultaba y cuantas más ganas tenía dejarla con mayor ansiedad la leía. Era tan falsa y tan sincera€ Di con ella por casualidad, sin buscarla, eso que abres un libro en la tienda, lees una página y dices: vale, es mía. Se titula La Colaboradora, está escrita por Empar Moliner y editada por Espasa. De nada, o les acompaño en el sentimiento, según.