Olvide de antemano las prevenciones que se adjuntarán a continuación en este artículo: Los diarios agrupados por Bono „el ministro de los cantantes, no el cantante de los ministros„ en el volumen Les voy a contar son apasionantes. La equilibrada mezcla de egoísmo y narcisismo, que caracteriza a su autor, conduce a un relato unilateral pero imprescindible de la descomposición del gobierno de Felipe González. El aperitivo cumple con creces su objetivo de anticipar los dos tomos anunciados para recoger la estancia del diarista en el ministerio de Defensa y al frente del Congreso.

Bono se comporta como un mayordomo que lo cuenta todo pero de otros, según ha advertido con precisión Jesús Mariñas. El lector aprenderá más del país „será "españolizado", un verbo que debe envidiar el jacobino diarista„ que del autor de los diarios, concentrado en su acceso a la posteridad. El exministro presta su penúltimo favor a la democracia y a su propio ego, mediante un esfuerzo monumental encaminado a demostrar que le repugnan las autonomías y que debió ser presidente del Gobierno. A lo largo de un cuarto de siglo, recopiló las opiniones de los civiles, militares y eclesiásticos que en tercios de dimensión equivalente le anunciaron que llegaría a La Moncloa.

El morbo anejo al hundimiento del felipismo puede desplazar la clientela de Les voy a contar hacia la parcela política. Sería un craso error. Sin incurrir en el ofensivo "se lee como una novela" „la mayoría de novelas son ilegibles y carecen de la mínima tensión narrativa„, Bono se coloca a la altura de los grandes diaristas ingleses. En tiempos recientes, sus apuntes cotidianos remiten a las confesiones desinhibidas de Alan Clark, el ministro de Margaret Thatcher que recurría al ingrediente del sexo donde el castellanomanchego opta por promocionar la religión. Y el desparpajo del exministro de Zapatero lo equipara también a las desvergonzadas confesiones diarias de Piers Morgan, el antiguo director del Daily Mirror que sucedió a Larry King en las entrevistas de la CNN.

Bono sólo ha conocido a una persona que le aventaje en inteligencia y visión política, Felipe González. A cambio, piensa que el patriarca socialista hubiera mejorado sus prestaciones, de haber atendido los sabios consejos del entonces presidente castellanomanchego. La devoción hacia el inquilino de la Zarzuela desborda el culto a la personalidad de los regímenes despóticos y, sobre todo, no se compadece en la mayoría de ocasiones con los extractos de intervenciones felipistas cargadas de cesarismo y de errores de previsión. Estratégicamente, la adoración del estadista español más longevo facilita las andanadas simétricas contra Alfonso Guerra, propinadas por quien fuera ferviente guerrista antes de abordar la redacción de Les voy a contar.

El fervor excesivo y exclusivo hacia González también le sirve paradójicamente a Bono para liberarse de las ataduras del PSOE. Arrincona a la organización en favor de un liderazgo personal. Y sobre todo, le permite proclamarse como el único continuador posible de la labor del primer presidente socialista. Sólo el capelo cardenalicio le atrae con más fuerza que La Moncloa, según demuestra su fijación con el prelado Marcelo González Martín, cuyas aristas lima con generosidad excesiva. Bono respeta únicamente a los obsesos por el poder, y pertenece a la estirpe de quienes consideran que su humilde cuna debe garantizarles un futuro glorioso, casi más peligrosos que quienes pretenden que su destino quede sellado por un rancio abolengo.

El editor oculta que el primer tomo de los diarios abarca de 1992 a 1997, la prehistoria de acuerdo con la dictadura de la actualidad. Sin embargo, los protagonistas de tan lejana década responden por González, Almunia, Rubalcaba, Chaves, Solana o Borrell, lo cual da idea del estancamiento del PSOE. De hecho, los socialistas han aplastado a la generación intermedia de Zapatero antes de jubilar a los dinosaurios del felipismo.

Al margen de la política partidista, Bono nunca deja de expresar su opinión. Se manifiesta con notable dureza cuando se dirige al rey o al príncipe, aunque cabe recordar que nos hallamos ante un relato de parte. El autor de Les voy a contar anda sobrado de enemigos, y la condición de empalagoso acompaña a su perfil. Sin embargo, también los refractarios al autor quedarán atrapados en la primera entrega de unos diarios que desinflan cualquier libro intercalado antes de la llegada de la segunda dosis. Porque un ministro conoce a más personas poderosas que un presidente autonómico.