La señora Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid, tiene razón en lo de que vivir en la capital es un sinvivir por culpa de las muchas manifestaciones. En algunas de ellas, la gente se reúne por razones compartidas de una manera tan amplia que llena la calle de Alcalá desde la Cibeles a la Puerta del Sol, pongo por caso, aunque doña Cristina, que debe andar algo floja en lo de los números, diga que son seis mil personas. En otras, por el contrario, los manifestantes cortan la calle aduciendo motivos de lo más peregrinos y causando la desesperación del vecindario. Pero hay lo que hay, que diría un entrenador del fútbol o un político culiparlante. Así que la señora Cifuentes, a quien la alcaldesa de Madrid ha tirado de la oreja por permitir que se manifieste quien quiera hacerlo, ha dicho en su defensa que se trata de una prerrogativa legal. Para la delegada del Gobierno en Madrid, la solución consiste en modular el derecho a reunirse en la calle cambiando las leyes.

La Constitución dice que la calle no es de nadie, o es de todos, en contra de lo que dijo uno de sus padres redactores antes de volverse demócrata, quien se vanagloriaba de que la calle era suya. La delegada del Gobierno lo sabe; es de esperar que lo sepan también la alcaldesa de Madrid y no digamos ya el Fiscal General del Estado, autoridades que han respaldado a la señora Cifuentes en lo de la modulación. Y si no se habían dado cuenta, seguro que puede recordárselo alguno de sus espléndidamente remunerados asesores. Por aquello de cubrirse las espaldas, la señora Cifuentes sostiene que habría que reformar esas normas por amplio consenso. Pero es obvio que ese salvavidas está lleno de agujeros incluso antes de tirarlo al agua por ver si flota.

Imaginemos que un partido político, el que sea, lleva hasta el Congreso la iniciativa de "modular" las manifestaciones. No hace falta mucha imaginación para entender a qué llevaría de inmediato semejante propósito: a que las calles de Madrid y de fuera de Madrid se llenasen de ciudadanos dispuestos a impedir que se les quite un derecho fundamental. Esas autoridades modulantes deben ser de tan tierna edad que no recuerdan ya lo que fueron los tiempos del franquismo, cuando los grises „que es como se llamaba por entonces a los guardias„ disolvían cualquier intento de manifestación a porrazos diciendo aquello tan sentido de "no me formen grupos". Lo más importante es el pronombre personal, que dice mucho de la cuestión de entonces y más aún de la de ahora. No me hagan tumulto, que la calle es mía.

Pero la calle es, de momento, de todos. Cambiar las leyes se ha vuelto una tarea sencillísima con lo de la mayoría absoluta pero cambiar la Constitución€ Pónganse a la cola. Primero habrá que arreglar lo del lío del presidente Mas y su proyecto soberanista; tiempo habrá luego de decidir si modulamos la calle, la restringimos o, mejor aún, la privatizamos, que igual se sacan unas perras de ahí para paliar lo del déficit económico.